EL BANDOLERISMO MORISCO EN ANDALUCIA (S. XVI)

Bernard Vincent


La existencia del bandolerismo en Andalucía es multisecular. Encontramos sus rastros en la correspondencia de Cicerón o en la obra de Tito Livio y, en la época del califato de Córdoba, existió un bandolerismo cristiano muy poderoso, que era a la vez expresión de miseria y de oposición política. Se conoce bien —casi diríamos que con exceso— el fenómeno respecto a los siglos XVIII y XIX. Por haberse insistido demasiado en el carácter de «héroes» que les fue atribuido en la época romántica, sus predecesores caerían en el más profundo olvido. Ya es hora, en la medida en que han hablado de ellos sus contemporáneos —ya que ellos mismos no lo hicieron—, de sacarlos de este olvido; esto puede hacerse con las bandas moriscas del siglo XVI.

Estas tienen, por supuesto, un lugar aparte en la larga historia del bandolerismo andaluz. Ilustran el largo paréntesis que abarca desde fines del siglo XV hasta principios del XVII, en el cual la Conquista, terminada teóricamente en Granada el 2 de enero de 1492, se pone a diario en tela de juicio. No hay duda que los musulmanes capitularon, pero muchos de ellos se quedaron y constituyen una comunidad numerosa e irreductible. A pesar de todos los esfuerzos de los cristianos, continúan profundamente ligados al Islam. Al menor suceso puede estallar el incendio. Y estalla, efectivamente, por dos veces en la Alta Andalucía, de diciembre de 1499 a abril de 1501, y de diciembre de 1568 a noviembre de 1570. La primera sublevación es parcial, y la segunda, general. Ambas son el símbolo de la resistencia de una civilización frente a otra. Pero, entre estos dos violentos brotes y después del último, la comunidad morisca no permanece pasiva, sino que ayuda todo lo que puede a los que luchan contra el señor cristiano.
Estos hombres, que son la punta de la lanza de la resistencia, pertenecen a tres grupos: gandules, piratas y monfies, por seguir usando los términos que se utilizan generalmente en los textos. Interesa definirlos antes de estudiar más en particular los últimos. Los gandules son los miembros de una milicia urbana, reclutados la mayoría de las veces entre hombres jóvenes. Siempre dispuestos a la violencia, parecen haber tenido un gran papel en el desencadenamiento de la revuelta de 1568. Los piratas son moros de África del Norte, que, desde Argel, Tetuán, Larache o Salé, hacen incursiones en las costas españolas. Siempre actúan de la misma forma: conducidos por algún morisco anteriormente emigrado, desembarcan en un lugar desierto y toman un pueblo en donde matan a algunos cristianos, saquean, y se llevan cautivos a los otros. Las operaciones de este tipo realizadas en el siglo XVI en las costas españolas, desde Cádiz a las Baleares, se calculan en centenares. Fueron muchas las que provocaron la ruina de uno o dos pueblos; el éxito de la mayo ría de ellas se explica por la complicidad del conjunto de la población morisca local, prevenida, por lo demás, a menudo de la preparación de la expedición. De hecho, esta forma de actuar es uno de los aspectos de las correrías berberiscas en el siglo XVII.

«El bandolerismo es hermano de la correría marítima»(2). La similitud es tanto mayor en cuanto que ni el uno ni la otra cesan en ningún momento en el siglo XVI y se prestan un apoyo recíproco. De la misma manera que los piratas disponen de una verdadera red de informaciones en el interior de España, red cuyos mejores agentes son los monfíes, estos últimos reciben a menudo refuerzos de ciertos piratas, sobre todo de los moriscos que pasaron a África del Norte y retomaron al cabo de algunos años; también son a veces apoyados por miembros de expediciones fracasadas y que no tenían otro recurso que echarse al monte. A decir verdad, las autoridades no siempre llegan a distinguir a los unos de los otros, y esto se refleja en el vocabulario. No se suelen emplear los términos de «ladrón» o de «bandido» o «bandolero», que serán los calificativos tradicionales de los bandidos del siglo XIX, y que lo son en el siglo XVI y XVII en Castilla e incluso en la Corona de Aragón (3). Se les reserva el de «salteador» y el de «monfí». El salteador es el que «saltea», es decir, el que ataca a mano armada. El monfi es, según el diccionario de la Academia española, el moro o morisco que forma parte de las cuadrillas de salteadores de Andalucía después de la Reconquista. Esta equivalencia no es fortuita; en el conjunto de los textos de la época se emplea salteador o monfi para designar a cualquier bandido. Se llega incluso, lo que induce a cierta confusión, a calificar a los «piratas» de salteadores o de monfies. Esto indica sin duda hasta qué punto se tiene conciencia de los lazos que existen entre los unos y los otros. Lo importante es que se haya llegado a. dar privilegio al término —el más utilizado en Andalucía— de monfi, que viene del árabe munfi, que califica a un hombre desterrado o exiliado. En suma, en cuanto al vocabulario, los españoles han adoptado una palabra cuyo sentido han alterado; para ellos, el monfí es un criminal y sólo eso. Por ello no se distingue en absoluto del salteador. El monfí es un campeón de la libertad para el morisco y, quizás, incluso un hombre santo a los ojos del musulmán. Así se comprende el prestigio que se atribuye a muchos de ellos. Estamos ciertamente en el centro mismo de un conflicto entre civilizaciones(4).

Pues los monfies no actúan al azar, atacan tan sólo a los cristianos. Entre los ejemplos recogidos, solamente uno hace excepción y, aún así, no es más que un testimonio de segunda mano: un habitante de la pequeña ciudad de Santa Fe, que dista unos doce kilómetros de Granada, refiere lo que le ha dicho otra persona, según la cual los monfies habrían robado dos mulos y una cabra a un muchacho morisco de doce a trece años; incluso habrían querido matar al niño(5). Observemos que en este caso determinado no hubo muerte, lo que constituye igualmente una excepción. Todos los otros sucesos conocidos tienen como, víctima a cristianos viejos y entre ellos figuran en primer lugar eclesiásticos, venteros y mercaderes.


Los sacerdotes eran, de entre todos, los más odiados. Además de sus tentativas de evangelización, que eran muy impopulares, los moriscos les reprochaban muchas exacciones: reclamaban donativos exorbitantes con motivo de cualquier ceremonia, obligaban a dejar legados piadosos en los testamentos, etc. Además, en muchos pueblos de montaña no había más habitantes cristianos que el cura y el sacristán, que aparecían así como símbolos de la opresión. Los posaderos eran obligatoriamente cristianos viejos y servían de agentes de información a las autoridades. Los mercaderes recorrían más que nadie los caminos, lugares predilectos para las agresiones; por ejemplo, los mercaderes de seda de Granada, de Málaga o de Almería, únicas ciudades donde estaba autorizada la venta del producto, iban cada año a recoger la materia prima a los pueblos más apartados. Así se exponían a ataques, como, por ejemplo, el realizado cerca de Lanjarón, en 1511 (6)

La permanencia del bandolerismo en la Alta Andalucía durante el siglo XVI se demuestra por la abundancia de los textos que conciernen a su represión. El primero es del 30 de septiembre de 1492, el año mismo del fin de la Reconquista7. Las medidas tomadas no surtieron, sin duda, ningún efecto, puesto que en 1511, 1514, 1550, 1562 y 1574 se publican nuevas cédulas. Y aún así esta lista tiene pocas probabilidades de ser exhaustiva. Todos los textos lo indican: el bandolerismo es endémico y se desespera de acabar con él. Un sólo texto no confirma esta impresión general: el que dirige el alcalde de un pueblo, Órgiva, situado en pleno corazón de Sierra Nevada, al señor del lugar, el duque de Sesa. Le anuncia que el sector está libre de monfíes como jamás lo estuvo. Pero este comunicado optimista no vale más que para algunas decenas de kilómetros cuadrados; expulsados de Órgiva, los bandidos hacen estragos algo más lejos8. Tomemos algunos ejemplos de la correspondencia de Iñigo López de Mendoza, Marqués de Mondéjar y Capitán General del reino de Granada. En otoño de 1509 está preocupado por la audacia de la banda de Acetile que asolaba la Sierra de Gador9. En mayo de 1513 se le informa que el jefe de una banda, Tomás, ha sido apresado cerca de Guadix, pero ya en agosto indica a sus destinatarios que existen, al menos en el dominio de su jurisdicción, dos bandas de las que no consigue desembarazarse, una de 43 ó 44 hombres, en la zona del valle de Lecrín; otra, compuesta de unos 40 a 50 individuos, en la Sierra de Gádor al este del reino’0. Un conjunto de factores, unos más importantes que otros, favorecen el bandolerismo. Al conflicto de civilizaciones, cuyo teatro es la Andalucía oriental, se suma el hecho de que la región es zona fronteriza: muy abierta al Mediterráneo, constituye, al carecer los españoles de un dominio absoluto del mar, una vía de paso. Entre Sierra Morena y la costa nadie puede sentirse realmente seguro en el siglo XVI. En cualquier momento pueden recibir los bandoleros un apoyo exterior o, si se les amenaza, atravesar el Mediterráneo para volver algunos meses más tarde. Por último, se trata de una región montañosa, impenetrable, que los bandoleros cono cen de maravilla, bastante mejor en todo caso que sus perseguidores. En un memorial dirigido al cardenal Espinosa, el arbitrista Diego de Pisa da su opinión sobre la manera de acabar con los ban doleros”. De paso recalca como «la dispusición de la tierra de aquel rreyno es áspera montosa y de grandes tierras por donde parece cosa ynposible poderse hallar un ombre que quyera esconderse», y resume la impotencia general asegurando «y así acaecido los mesmos salteadores hablar a los que los van a buscar de lo alto de algún cerro hazyendo burla dellos del no poder prender estos».

Sin embargo, se intentó todo, absolutamente todo, para acabar con esta plaga. Se oscila desde la conciliación hasta la represión, desde las amenazas hasta las invitaciones a la delación. En 1492, los Reyes Católicos ordenan al corregidor de Granada que constituya compañías, pagadas por el estado con el fin de no perjudicar los recursos de los pueblos, para dar caza a los monfíes. Se le recomienda que imponga en los procesos duras penas, que afecten a la vez a las personas y a los bienes(2). En 1511, las autoridades se dan cuenta de la necesidad de aislar a los monfíes de la comunidad morisca, por lo que se pide a los corregidores que realicen investigaciones para saber quién acoge a los bandidos y se les recomienda de forma especial que hagan el censo de los pastores, que tienen fama de ser sus mejores cómplices(3). Se llega incluso a solicitar la participación de los propios moriscos en la búsqueda de los monfies, pero pronto se desengañan —si es que alguna vez confiaron en tal llamamiento—, como lo indica la cédula de 1514. Las disposiciones de este texto, que forma parte de una serie de seis documentos relativos a los problemas del bandolerismo, de la piratería y de la delincuencia en general, fueron la base de la lucha entablada contra las bandas de salteadores durante cerca de cincuenta años. Marcan. Además, un cambio en la política con respecto a los dos decenios anteriores. Se hace tabla rasa del pasado, pues se proclama una amnistía, pero en lo sucesivo deberán los moriscos participar activamente en las batidas, y se cargarán los daños a sus comunidades. Entendían los legisladores que esta medida debía, al menos por la coacción, obligar a los cristianos nuevos a oponerse a las acciones de los monfíes. Además, se emplazan en diversos lugares estratégicos compañías de soldados que dependen de la Audiencia de Granada; su mantenimiento queda a cargo de los moriscos. Algunos resultados se obtuvieron, puesto que se condenó a muchos monfíes a galeras o a muerte, reservando la pena de prisión para quienes los protegían; pero nunca se llegó a extirpar el mal.

De hecho, las autoridades no tenían los medios para conseguirlo. Hacer pesar sobre los moriscos los gastos de la lucha contra el bandolerismo y sus consecuencias, aumentaba su descontento. Se las ingeniaban para no mostrar ningún celo, y no cesaban de insistir sobre su buena voluntad, como hicieron los habitantes de Lanjarón, al recordar en 1515 que varios de ellos habían muerto en el curso de las batidas’5. Estaban, sobre todo, en buenas condiciones para probar que no tenían medios de responder a las prescripciones reales. Para poder hacerlo, habría sido necesario permitirles poseer armas, lo que los cristianos, por miedo a un sublevamiento masivo, no se atrevían a autorizar. Este problema se debatió durante largo tiempo sin ser verdaderamente resuelto: sola mente a un número limitado de cristianos nuevos, en los cuales se pensaba que se podía confiar, se les consintió llevar ballestas por un tiempo limitado, dos años en principio, eventualmente renovables.

A partir de 1560 se manifestó claramente la perplejidad de los cristianos, que tomaban conciencia de la necesidad de buscar nuevas soluciones para combatir con eficacia a los monfíes. En este sentido, Diego de Pisa es el portavoz de unos hombres inquietos y deseosos de proponer a la administración real otros remedios que los practicados hasta entonces. Propone hacer más di rectamente responsables a los moriscos de las acciones de los bandoleros, confiando a uno de ellos la vigilancia del territorio de cada pueblo y deportando cada vez que sea asesinado un cristiano viejo a dos moriscos, que serán los que designe el vigilante. Además, por todas partes y sobre todo desde el poderoso círculo de los hombres de leyes, se elevan voces que reclaman la abolición del derecho de asilo en las iglesias o, al menos, su limitación a tres días y que denuncian al amparo que obtienen los bandoleros en las tierras de señorío(7). El problema se complica con una querella interna de las autoridades, relativa a la jurisdicción sobre los delitos cometidos. En 1562, Felipe II se ve obligado a repartir los poderes entre el capitán general y la Audiencia. El límite entre los dos es, por lo demás, ambiguo: los delitos de los monfíes y piratas dependen del capitán general, los hechos de simple criminalidad de la audiencia. Y esto da motivo a desacuerdos permanentes(8). En 1574, el bandolerismo sigue floreciente, por lo que se agravan, por una parte, las penas: se ahorca a todo morisco que sea hecho prisionero con las armas en la mano, mientras que a los moros venidos de las costas africanas se los condena a galeras y por otra parte se conceden primas a los soldados autores de la captura: cobran ocho ducados por cabeza(9). Es cierto que en la misma época cabe, por el contrario, conceder la amnistía al que acepte deponer las armas, lo que parece que se practicó entre 1570 y 1575 en diversos lugares, particularmente en la región de Ronda(20).

Sin embargo, la represión aumentó de 1560 a 1580. La actitud de las autoridades fue dictada por el agravamiento considerable del fenómeno y por su impotencia para dominarlo. Parece que las medidas de 1560 sobre la suspensión de las inmunidades señoriales eclesiásticas fueron particularmente desafortunadas; muchos hombres, que se habían establecido definitivamente después de haber cometido algún delito, sobre todo durante los ajustes de cuentas entre clanes rivales, ante la amenaza de ser prendidos, se echan de nuevo al monte. La década de 1560-1570 está marcada por el paroxismo del conflicto entre los moriscos y los cristianos, y los puentes entre ambas comunidades se cortan definitivamente. Además, el Mediterráneo es en esta época un mar musulmán.

Los bandoleros son, pues, dueños de una gran parte del reino de Granada durante una veintena de años, en la que se pueden distinguir cuatro etapas.

La primera está llena de amenazas para los cristianos. Mientras los golpes de mano de los pira tas se multiplican y se hacen particularmente audaces, los bandoleros atacan por todas partes. En abril de 1564 se encuentran seis hombres muertos en Zafarraya, y se acusa a un morisco, González el Muli, de haberlos hospedado(2). A mediados del año 1568, una banda de monfíes se instala en las proximidades de Orjiva(22). Los bandoleros se atreven, incluso, a aventurarse lejos de sus bases, hasta la vega de Granada o en el interior de las ciudades. El 7 de julio de 1564 una banda de 17 bandoleros entra en la venta del Gato, obligando a los presentes a seguirles. Dos de las víctimas son asesinadas inmediatamente. Esta acción, que no es más que el calderón de otras muchas, motiva una pesquisa que se lleva a cabo en los pueblos situados al oeste de Granada: Atarfe, Pinos Puente, Villanueva, etc. 23, No se obtiene un gran resultado. Un famoso monfí, Arroba, había provocado varios años antes un intenso revuelo, hiriendo en plena ciudad de Granada a Avellaneda, presidente de la Chancillería24. En total, el alcalde de la Chancillería habría detenido, durante los años que precedieron a la revuelta de 1568, a más de 60 bandidos. Además de Arroba, eran entonces bastante conocidos algunos jefes de bandas, como Abenzuda, el Cañarí, el Partal de Narila — Narila es un pueblo de las Alpujarras— y, sobre todo, los dos hermanos Lope y Gonzalo el Seniz, naturales de Berchules, otro pueblo de las Alpujarras. Gonzalo mata a un hombre, pasa cuatro años en prisión, sale de ella en 1568 y, con ayuda de su hermano, asesina a varios mercaderes cristianos que venían de una feria. Ha tenido el cuidado de cometer su acción en el límite territorial de cinco pueblos, con el fin de que no se pudiera reclamar a ninguno de ellos la entrega de uno de sus habitantes, como lo preveía la ley. El Seniz participa activamente en la rebelión, y se convierte en el confidente de su último jefe, Aben Aboo, pero acaba de una forma poco gloriosa, negociando su perdón y la liberación de su mujer y de su hija, entonces cautivas, a cambio del asesinato de Aben Aboo, que comete el 15 de marzo de 1571.

El ejemplo de Gonzalo el Seniz muestra la función promotora que tuvieron los monfíes en el desencadenamiento de las hostilidades. Según Mármol, en diciembre de 1568, uno de los jefes de la primera época había reunido a doscientos o trescientos bandoleros, que constituían lo esencial de sus tropas26. Comienza una segunda fase. Los monfíes, que han encamado siempre la resistencia, se insertan con toda naturalidad en el movimiento general, cuyos métodos, los de la guerrilla, están muy cercanos a los suyos: hostigamientos y rápidos golpes de mano facilitados por un notable conocimiento del territorio. En consecuencia, desde el 25 de diciembre de 1568 al 1 de noviembre de 1570 no existe el bandolerismo salvo en las márgenes del reino de Granada, cuando la fuerza de las armas comienza a inclinarse hacia el lado cristiano. En febrero de 1570, el corregidor de Jerez de la Frontera, a la cabeza de unos 150 a 200 soldados, persigue a los monfies y promete recompensas a los delatores. Según sus declaraciones, el jefe de la banda habría sido capturado y ejecutado27. Un mes más tarde, el corregidor de Gibraltar prende a catorce bandidos, oriundos de Casarabonela y Tolox, pueblos cercanos a Málaga, que se disponían a asolar la región de Gibraltar y de Tarifa, después de haber hecho estragos entre Ronda y Jimena (28).

Estas acciones fueron el anuncio de un nuevo estallido del bandolerismo andaluz, que corresponde a la tercera etapa de paroxismo. Cuando, en octubre y noviembre de 1570, se reúne a los moriscos para deportarlos masivamente a Castilla, muchos intentan evitarlo refugiándose en la montaña. Otros procuran evadirse de las caravanas en ruta y otros, que llegaron al punto de destino, se esfuerzan en volver. Aquí y allá se forman bandas que llevan a cabo un último combate desesperado. Las condiciones no son las de antaño; la población ya no les es favorable, aun cuan do se piense expulsar a los habitantes de El Daidín porque han protegido a los monfies (29). Además, la región no es más que ruinas al término de esta implacable guerra, y el avituallamiento es difícil; así el bandolero depende, en mayor medida, de un entorno que se le vuelve hostil. Escapar a las tropas que procuran vigilar cada parte de las zonas montañosas, es una tarea condenada al fracaso para el que quiera permanecer allí. Sólo existe una posibilidad de salvación: ganar la otra orilla del Mediterráneo. Esto no impide que los monfies se burlen durante mucho tiempo de las autoridades cristianas, que publican, a menudo con precipitación, partes de victoria. Considerémoslo.

Tan sólo en la región de Málaga y de Ronda existen, de 1572 a 1574, una decena de bandas. Un jefe famoso, Antonio el Manco, a la cabeza de trescientos hombres, según dice un testigo, saquea el pueblo de Jubrique en 1572. El 15 de mayo de este mismo año catorce o quince esclavos moriscos, que actuaban cerca de Montejaque, también en la región de Ronda, se rinden a condición de salvar la vida y de recobrar la libertad. El Corregidor de Ronda, que se ha hecho responsable de ello, ha consentido «porque se remedia la presente necesidad de procurar por todas las vías posibles que la tierra se sosiegue y se limpie de salteadores»3′. Se cree estar llegando al final cuando el mismo Corregidor anuncia en 1573 que cinco capitanes, Julián Atayfor, Miguel Jócar, el Romeruelo, Marcos el Meliche y Lazeraque, quieren rendirse beneficiándose de la amnistía. El Rey la concede «no embargante quales quier delitos y acesos que contra Nos y los nuestros súbdictos uvieren cometido»32. Treinta y seis monfies deponen las armas, pero otros rehúsan, y si bien Pacheco, otro jefe famoso, es capturado en agosto, el primero de octubre las bandas de El Meliche y de Lazeraque, esta última compuesta por 13 hombres, asolan aún la campiña. El número total de bandoleros en este sector se calcula en 40 ó 50. El 31 de diciembre se encuentran muertos diez hombres, entre ellos el jefe y dos soldados de una compañía enviada tras las huellas de los monfies. A la esperanza del verano sucede el abatimiento del, invierno, ¿habrá que cambiar de táctica dividiendo a los soldados en grupos poco numerosos que ganarán en rapidez de intervención y en discreción? Esta proposición se lleva a cabo y parece dar algunos resultados, puesto que a los des pachos reales llega la noticia de la captura y ejecución de El Meliche y de Lazeraque en mayo de 1574. Se llega incluso a proclamar que ya no existe el bandolerismo en la región, pero estos comunicados son, una vez más, harto aventurados. Por una parte, tenemos pruebas de la existencia de El Meliche hasta 1578, al menos(33) por otra, dos nuevas bandas, una de cinco hombres, otra de nueve, aparecen en la sierra rondeña desde el 11 de septiembre. Además, en noviembre, ocho hombres hacen estragos cerca de Marbella, y nueve cerca de Málaga(34). Todos los corregidores se muestran unánimes: ¡que los esclavos y todos los moriscos que permanecieron ilícitamente en Andalucía oriental, sean escoltados hasta tierras lejanas!

Lo que vale para el oeste, vale evidentemente para el este de la región. El 27 de enero de 1572, once esclavos aprovechan la celebración de una fiesta en Baza para huir en dirección de las Alpujarras, y son muertos o apresados cerca de Guadix. En marzo, 23 ó 24 monfies operan en la baja Alpujarra, pero 16 de ellos acaban por entregarse. En julio, una cuadrilla mata a seis cristianos en las proximidades de Laujar, en las Alpujarras. Los ejemplos del mismo tipo podrían multiplicarse, pero vale más detenerse en un sólo caso, particularmente evocador: el del desmantelamiento de la banda de El Cacín.

El capitán es un morisco, natural de un pueblo del río de Almería, que pasó a África del norte seguramente al término de la sublevación y que vuelve con 18 hombres en mayo de 1573. Se dirigen a la sierra de Gádor, donde capturan a cinco personas, que liberan a cambio de la suma de 90 ducados. Matan allí a otros tres, entre ellos a un fraile; después se apoderan, en una posada, del dueño, de su hermano, de su sobrino y de dos arrieros. Cerca de Gérgal se acuerda el rescate del posadero y de los suyos en 200 ducados, por lo que liberan al interesado para que se procure la suma. Este no la consigue y da la alarma, de manera que se le tiende una emboscada a El Cacín en el lugar fijado para la transacción. El y dos de sus hombres caen en la trampa, pero un cuarto con sigue huir y prevenir al resto de los compañeros. Mientras se tortura a El Cacín para que revele el lugar donde se han refugiado aquéllos, comienza una persecución encarnizada. Los soldados cristianos abandonan sus bagajes para apretar el paso, los monfies abandonan a sus rehenes; al anochecer se detiene a tres bandoleros. La búsqueda se continúa a la mañana siguiente, y se apresa a otros seis bandoleros uno tras otro. En total se ahorca a doce hombres, los otros siete parece que escaparon a la persecución. El éxito de esta operación incita a Pedro de Deza, presidente del consejo de Población del Reino de Granada, a escribir al rey: «por aora queda linpio de moros todo lo del levante…»(35). Afirmación una vez más presuntuosa, pues la desmienten los hechos algunos meses más tarde.

La situación se modifica a partir de 1577. No es que los métodos represivos hayan sido de una gran eficacia. Es cierto que Felipe II ordena la medida que a muchos parecía indispensable: una nueva expulsión de los moriscos del reino de Granada, que afecta esta vez a los esclavos que se habían quedado en él, según se lo autorizaban los textos de 1570-1571. Pero aunque el rey lo decide el 6 de marzo de 1576, la aplicación de esta medida se difiere hasta 1584. Contribuyen, sin embargo, dos motivos diferentes a la desaparición del carácter endémico del bandolerismo en Andalucía oriental: la política de «reducción negociada» y el desplazamiento hacia el norte y el oeste de las bandas que permanecieron activas. Estos dos factores proceden por lo demás, de un mismo hecho: las dificultades crecientes que encuentran los monfies, abandonados a sus propios recursos tras la expulsión masiva de los moriscos en el otoño de 1570. Para acabar con esta situación insostenible o bien aceptan someterse a cambio de garantías, o bien emigran hacia tierras donde serán avituallados por sus correligionarios. Un ejemplo de la adopción de la primera solución es el caso de la banda de Juan Esvile (o Yzbilay) y Marcos el Meliche —ambos escapados de las galeras—, compuesta por trece hombres36. Desde el mes de julio de 1576 establecen contactos con Pedro Manrique, corregidor de Málaga. Este, lo mismo que toda la población, es partidario de entablar cuantas negociaciones sean posibles a fin de cerrar esta herida abierta que representa el bandolerismo, por lo que acepta servir de intermediario con la corona, y alimenta y alberga a los trece monfies mientras se desarrollan los difíciles tratos, que terminan el 9 de enero de 1577. Finalmente, los bandoleros, acompañados de dieciséis miembros de sus familias, en total veintinueve personas, abandonan el 23 de abril el pueblo de Almogia, donde habitaban, y llegan el 8 de mayo a Toledo, su nuevo lugar de residencia. Algunas semanas más tarde, un monfi irreductible, Juan Ataujar, cuya cabeza está puesta a precio, es herido por un cazador cerca de Ronda y se suicida «porque no lo tomasen vivo»(37).

Después de 1577 son ya raros los émulos de Esvile y de Ataujar en Andalucía oriental. Sin haber sido extirpado del todo, el bandolerismo morisco ya no es allí más que un fenómeno limitado. Pero estos efectos benéficos resultan provechosos para una región en detrimento de otras. Tenemos aquí el epílogo del paroxismo. El monfi es, en el último tercio del siglo XVI, un producto de exportación. Las expulsiones sucesivas de los moriscos del reino de Granada hacia las Castillas y la Andalucía occidental han tenido como consecuencia un desplazamiento paralelo del campo de acción de los bandoleros hacia el norte. El célebre informe del doctor Liévana, presidente de la Chancillería de Valladolid, intenta trazar un balance de sus acciones en el periodo de 1580-1582. La confrontación con otros do*****entos, que provienen del Archivo General de Simancas y que se refieren a los mismos problemas, permite conceder un gran crédito a este informe38. Liévana subraya el carácter general del bandolerismo morisco desde Pastrana a Sevilla, desde Valladolid a Ubeda. Según la encuesta que dirigió, más de doscientas personas fueron asesinadas por los monfies, organizados en seis o siete bandas entre 1577 y 1581. Por lo menos 42 bandoleros fueron ejecutados, 50 condenados a galeras; un morisco de Pastrana, Lorenzo Tecra, de veinticuatro años, habría confesado haber asesinado a sesenta y tres personas; la banda de Jerónimo Bautista, natural de la provincia de Toledo y que actuaba en el seno de Sierra Morena, habría dado muerte a más de sesenta personas. Sus miembros son ejecutados el 20 de diciembre de 1578 (39). Marcos el Meliche vuelve a echarse al monte y es detenido en 1579 cerca de Marchena. A otro viejo conocido, Gonzalo el Seniz, lo encarcelan al año siguiente en Valladolid. Mientras seguía sirviendo de agente de información a las autoridades, el Seniz ha reanudado, junto a su yerno Juan de Baeza, las actividades de monfi. En el informe de Liévana se le acusa de ser el autor de múltiples delitos(40). A base de estos hechos redacta el magistrado un adecuado balance. Según él, las fechorías de los monfies en Castilla y en Andalucía occidental son entre 1570 y 1577 limitadas por causa de su desconocimiento del terreno, pero la situación cambia progresivamente, los bandoleros pueden envalentonarse tanto más «confiados que están seguros con rrecojerse a qualquier casa de hombre de su nación». Añade que casi todos los monfies han participado en la rebelión del reino de Granada. Una vez más, ¿qué puede hacerse? Se vuelve a las acusaciones de antaño con respecto a los señores que supuestamente protegían a los bandoleros, a las que se añaden las que se dirigen a los ediles de las ciudades de Andalucía occidental, culpables de no vigilar las comunidades moriscas, que, sin embargo, eran importantes. El monfi está por todas partes; tan sólo la operación quirúrgica de la expulsión definitiva en 1609-1614 acabará con él.

Antes de cerrar el informe, me parece útil retroceder un poco para interesarnos en una banda de monfies sobre la que poseemos documentos dispersos que, reunidos, constituyen un conjunto de gran calidad. Se trata de la cuadrilla del jefe más famoso de todos los monfies del siglo XVI, Antonio Aguilar el Joraique. Su caso permite tocar todos los aspectos del problema y, además, brinda la ocasión de dar la palabra al mismo bandolero, lo que es rarísimo en la materia. Su carrera de monfi es probablemente larga. El 24 de septiembre de 1566 se encuentra en Tabernas, cuando este pueblo es objeto de una espectacular incursión de los piratas(41). Aprovechando la circunstancia, el Joraique sigue a los asaltantes y se embarca para pasar a África del norte. Hacemos notar también la presencia, en este mismo día en Tabernas, del doctor Marín, canónigo magistral de la escuela de la catedral de Almería, de origen morisco. Ahora bien, las hazañas de el Joraique se sitúan esencialmente en el transcurso de los años 1571 a 1573, mientras que Marín intentaba incansablemente obtener la rendición de los monfies (42). Los dos hombres se conocían, probablemente desde hacía tiempo, lo que facilitó las negociaciones. En septiembre de 1572 obtiene Marín un primer éxito: diez bandoleros deponen las armas43. En noviembre otros 42, entre ellos el Joraique, hacen lo mismo, liberando al mismo tiempo a cinco cristianos viejos. Muchos de ellos son esclavos marcados con hierro, suerte reservada a los que empuñaron armas durante la sublevación de 1568-1570. El Joraique, esclavo, pero no marcado, se entera de que si bien los moriscos libres podrán vivir en Castilla, a los esclavos les esperan las galeras. Furioso por haber sido engañado vuelve con trece hombres a la montaña, multiplicando los golpes de mano y los crímenes a principios del año 1573. Pero su situación sigue siendo precaria, lo que le proporciona al canónigo, que no ha perdido todas las esperanzas, la posibilidad de volver a relacionarse con él y de llegar a un nuevo proyecto de acuerdo, redactado bajo su dictado. El texto ha llegado hasta nosotros:

Las mercedes que Alonso de Aguilar el Xorayque morisco natural deste Reyno de Granada su plica a su magestad le haga a el y a los demás moriscos que están con el y monfies en las sierras reduziéndose al servicio de su magestad son las siguientes:

Primeramente que a el y a todos los demás que con el se reduzieren assi a los que no uvieren sido esclavos como a los que la ayan sido herrados o no herrados en las cartas usando su magestad de su acostumbrada clemencia real les perdone por amor de Dios todos y cualesquier delitos y ex cesos que ayan cometido en el levantamiento deste reyno hasta el día de su reduzimiento hazién doles merced de las vidas y que por ello no serán hechazados a galeras ny condenados en otras penas personales ny pecuniarias ny serán vueltos a sus amos los dichos esclavos sino que los unos y los otros serán puestos en su libertad fuera deste reyno de granada en la ciudad o lugar de castilla o del andaluzia que ellos señalaren donde puedan vivir libremente como los otros moriscos que ally estuvieren sin que les sean quitados los dineros y bienes muebles que tuvieren.
- Yten que no sean castigados por el sancto officio de la Inquisición por averse puesto nombres de moros y hecho algunas cosas y cerimonias de moros durante el tiempo del dicho levantamiento ny se procedera contra ellos por lo suso dicho y suplican a su magestad les haga merced de mandar como se de orden en esto para que por su sanctidad se an absueltos y reconciliados al gremio de la sancta madre yglessia.
- Yten que los dichos moriscos o cualquier dellos que tuvieren mugeres o hijos padres o madres o hermanos cautivos se les a de hazer merced de mandárselos bolver pagando a sus amos los mara redis en que pareciere averse vendido en la primera venta.
- Yten suplica el dicho xorayque a su magestad le haga merced de darle provision particular para su persona para poder tener y traer armas ofensivas y deffensivas para su deifensa y la misma merced a Bernardino el naguar y a hernando el melon y a Luis Hernández y a alonso martinez.
- Yten que las mercedes que Piden se las hagan contenidas de suso en los quatro capítulos pre cedentes se les an de hazer debaxo de firma de su magestad y no de otra persona alguna para que puedan bivir mas seguros.
- Yten suplican que la comisión y mandato que viniere de su magestad para recibir y admitir al dicho Xoraique y a los demás que con el se redugeren al servicio de su magestad sea a Don Her nando de Mendoça y al Doctor Marín maestre escuela de la sancta yglessia de Almería con los quales an tratado todo lo sobre dicho, y lo demás de suso contenido en este memorial, los quales don Hernando y el maestre escuela an de yr y llevar los dichos moros después de reduzidos para mas seguridad de sus personas hasta ponerlos y presentarlos ante El illustrisimo señor don Pedro de Deza presidente por su magestad en la Chancillería rreal de Granada para que de ally sean lle vados cor toda seguridad a los lugares donde uvieren de vivir fuera deste reyno porque assi lo pidieron el dicho Doctor marín y el lo prometio por sy y en nombre del dicho don Hernando de mendoça.
- Yten prometió el dicho Xorayque y dio su palabra que el y los otros compañeros que piden la merced de las dichas armas dentro de cinco días que corren desde diez del presente mes de Março de 1573 anos procuraran de tener recogidos todos los moros que andan monfies por las sierras para reduzirlos al servicio de su magestad y que el ny ellos dentro de diez días dentro de los quales el dicho maestreescuela le a de traer respuesta de su señoría illustrísima sobre lo contenido en este memorial en el interin no haran mal ny daño alguno en campo ny en poblado ny en camino a los cristianos que vieren o toparen con que tanbien durante los dichos diez días no les offendan ny los busquen soldados algunos ny otra gente y que se les de bastimento por sus dineros en el lugar de terque para que se puedan sustentar.
- Yten dixo y prometio el dicho Xorayque por si y en nombre de todos los demás moros que es- tan con el que si dentro de los dichos diez dias se le traxere de su illustrisima la dicha respuesta y fuere que se enviara a suplicar a su magestad les haga las mercedes que de suso piden que estaran todos recogidos y sin hazer mal ny dano alguno el tiempo que les fuere señalado por su señoria para que se les pueda traer recando de su magestad con que el dicho termino no sea mas que un mes despues de cumplidos los dichos diez dias y con que durante este tiempo se les den los basti mentos y seguridad en la forma que de suso se contiene en el capitulo precedente todo lo qual segun y en la forma que de suso se relata digo yo el Doctor manin maestreescuela de la yglesia de almenia que el dicho alonso de alguilar el jorayque lo trato conmigo tratando yo con el sobre el re duzimiento del y de sus compañeros al servicio de su magestad y me pidio lo asentasse todo por escnipto y se enbiase a su señoria illustrisima para que sobre ello provea y mande lo que fuere ser vido lo qual todo paso lunes proximo pasado que se contaron nueve dias del dicho mes de Manço estando con los dichos moros en la sierra de guador y se hallo presente a todo ello Reynaldos capi tan de la gente de terque y porque todo ello es vendad y conste dello a su señoria illustrisima lo firme de mi nombre.
El Doctor Marin (44)

Este extraordinario documento —aunque se tenga en cuenta el papel del intermediario- encontró un eco inmediato en todos los interesados. Los plazos fijados por el Joraique se respetaron:
 

Pedro de Deza aprobó y transmitió al rey el memorial. Felipe II lo recibió el 19 de marzo y con testó el 28, aceptando el principio del texto, enmendando diversas proposiciones de los monfíes. De ninguna manera se liberaría a los esclavos; por el contrario, en su caso, la justicia seguiría su curso. Respecto a los familiares cautivos, sólo las mujeres y los niños podrían ser liberados «a un precio justo» y no al de la primera venta. Era, en resumidas cuentas, vaciar el memorial de su esencia. La mayoría de los monfíes eran esclavos y los lazos afectivos dentro de los clanes moriscos eran muy estrechos. El Joraique, que ya había roto la primera negociación, no esperó, por lo de más, ni siquiera a que expirase el plazo de la segunda. En la noche del 17 al 18 de abril, a la cabeza de 30 hombres, se apodera en la playa de Vera, cien kilómetros al norte del lugar de las negociaciones, de una banca, después de haber matado a nueve cristianos. Los monfies, con el fin de evitar toda persecución, desfondaron las otras embarcaciones que había en la playa, se reunieron con tres galeotas que los esperaban en el cabo de Gata y alcanzaron África del norte. La noticia de esta partida alegra a los cristianos viejos, dichosos de haberse librado como sea de este molesto individuo.

Al menos así lo creían ellos, porque el bandolero se hizo pirata para desembarcan en Agua Amarga el 16 de septiembre y llevar a cabo una incursión de sesenta kilómetros hasta Tahal, que es posible que fuera su lugar de nacimiento, donde sembró el pánico, matando a cuatro personas, quemando tres casas y llevándose a diez cristianos. Los habitantes de quince pueblos vecinos abandonaron el lugar definitivamente. Este «perro de Joraique», como dicen los textos, no parece que volviera a Andalucía. No llegándole la libertad que reclamaba, se la tomó por su mano con el corazón lleno de rencor.


La serie de documentos que atañen al Joraique, así como los que se refieren a la reducción de la banda de Esvile y el Meliche permiten, por lo demás, esbozar el retrato del monfi y estudiarlo en relación con la tipología del bandido social trazada por Hobsbawm 45. En primer lugar compro bamos que no figura ninguna mujer en ninguna de las cuadrillas a lo largo del siglo XVI. Los monfies son, pues, todos varones, pero el celibato, que E. Hobsbawm considera uno de los rasgos característicos del bandido social, no predomina entre ellos46. Gonzalo el Seniz está casado, lo mismo que Juan Esvile, Mancos el Meliche y cuatro de sus compañeros; un séptimo es viudo. En el proyecto de acuerdo establecido por el Joraique aparece en lugar destacado el rescate de los miembros de la familia que fuesen esclavos y, antes que nada, el de las mujeres y los hijos. Esto parece indicar que varios de los que rodean al Joraique son casados y padres de familia. El mismo Seniz tiene una hija; también tienen hijos cuatro hombres, al menos, de la banda de Esvile, comenzando por éste, padre de un niño de nueve años en el momento de la negociación.

En otros dos puntos, en la edad de los bandoleros y en la duración de su carrera, difiere el mon fi del modelo establecido por E. Hobsbawm. Los salteadores moriscos aquí citados están lejos de ser jóvenes todos. Sobrepasan a menudo, a veces con mucho, el límite de veinticinco años que se adjudica a muchos de sus homólogos. El Seniz tiene por lo menos cuarenta años cuando en 1580 anda en tratos con la justicia, puesto que su cómplice es entonces su propio yerno. Asimismo tenemos una idea aproximada de la edad de los trece monfies acogidos en Toledo en mayo de 1577. Al corregidor que los interroga, tres de ellos declaran tener 40 años, el cuarto 37, el quinto 32. Las otras edades indicadas son: en tres casos 30 años, y en los restantes 27, 25, 24, 23 y 20 años47. La medida se sitúa entre los 30 y los 31 años. Claro está, es necesario corregir la primera impresión que dan estas cifras. En el momento en que estos hombres escogieron la vida de monfi eran jóvenes, incluso muy jóvenes. El Seniz es ya célebre hacia 1565, puede que antes. El Meliche no lo es menos en 1572. Además, el matrimonio es, en general, precoz entre los moriscos. Pero esto no nos impide comprobar que el hecho de estar casados y tener hijos no fue un obstáculo para que estos hombres llevasen una existencia marginal y accidentada.

Además, su carrera sobrepasa con mucho los dos o tres años que Hobsbawm concede al «Robín de los bosques» medio. Esto explica en gran medida que sus edades sean relativamente avanzadas. Las acciones conocidas de el Joraique abarcan siete años, desde 1566 a 1573; las del Meliche igualmente siete años, desde 1572 a 1579; las de Gonzalo el Seniz un mínimo de quince años, des de 1565 a 1580. Y muchos de los monfies escapan al fin violento reservado al bandido social. Contando con el apoyo sin reservas de su comunidad, el riesgo de ser delatados es para ellos menor que para algunos de sus émulos. Y su carrera de monfi se caracteriza por épocas de treguas o de alejamiento, cuando contemporizan con las autoridades, aunque sólo sea provisionalmente, o cuando se hacen olvidar por un tiempo en Berbería. En estas condiciones se comprende que puedan mantenerse y que sean para los secretarios reales una fuerza con la que hay que contar.
 
Por el contrario, los monfies no se distinguen demasiado de los otros bandidos sociales en cuanto a su zona de acción. El Joraique no sale del marco de las montañas que le son familiares, la sierra de Filabres o Alpujarra oriental. La banda de Esvile tiene como territorio las montañas situadas entre Málaga y Ronda; en el momento de su «reducción» se encuentra en la sierra de Sancti Petri. Ahora bien, con excepción de uno solo, natural del valle del Almanzora, alejado varios cientos de kilómetros de estos lugares, los nueve hombres de la banda cuyo pueblo natal conocemos (Guaro en cuatro casos, Monda, Tolox, El Daidín, Benahaviz) provienen de una zona muy circunscrita; sierra Bermeja, lugar que eligen para sus fechorías. En esto se asemejan bastante a los can gaceiros brasileños del siglo XX o a los haidouk de la península de los Balcanes. A pesar de esto, el monfí no corresponde del todo al bandido de gran corazón descrito por E. Hobsbawm, sin duda demasiado mítico y, por ello, demasiado estereotipado.

Después de la expulsión de 1609 ya no vuelve a aparecer el bandolerismo morisco. Nacido de un problema global, había crecido y desaparecido con él. Pertenece, pues, a una época y a un ámbito geográfico precisos. Es, en principio, un fenómeno de límites fácilmente reconocibles, de caracteres particulares. Pero es más que esto; los bandidos moriscos andaluces o valencianos son mediterráneos y se parecen en muchos rasgos a los «fuera de la ley» italianos, dálmatas o cretenses. La cronología del aumento del bandolerismo morisco, de 1492 a 1510-1515, de 1510-1515 a 1560, de 1560 a fines de siglo, corresponde a la de la agitación general 48. Los bandoleros están por todas partes en tomo al Mediterráneo, sobre todo a finales del siglo XVI. Así, en Cataluña se da a aparición de bandas en tiempos de Carlos y, se incrementa su número en tiempos de Felipe II ; llegando a su paroxismo en tiempos de Felipe III.

La diferencia es mínima. Similitud, pues, en a cronología, pero no conviene llevan la comparación demasiado lejos, ya que los bandoleros catalanes eran en su mayoría cristianos auténticos. La miseria es general en tomo al Mediterráneo y engendra el bandolerismo, amplificado, por otra parte, por múltiples condiciones locales que facilitan su propagación. Por último, los bandoleros moriscos no pertenecen a ningún país ni a ninguna época. Son vengadores, cuya pasión destructiva es la expresión de una minoría oprimida. Estos desarraigados, que saben lo que es la tortura, las galeras, la amputación y la horca y no se arredran, que rehúsan toda paz dictada unilateralmente, han escrito un capítulo en la historia de la resistencia a las persecuciones 49.

Este trabajo es una versión ampliada del artículo aparecido en la Revue d’Histoire moderne et contemporaine,
1974. PP. 389-400.

Extraido de CEMA