Libro X Capítulo VII


Cómo don Juan de Austria y el comendador mayor de Castilla despidieron la gente de guerra, y se dio orden cómo se acabasen los rebeldes que habían quedado en la sierra

Retirados los moriscos del reino de Granada de la manera que hemos dicho, y metidos la tierra adentro, el Comendador mayor encaminó la gente que había de quedar en los presidios de la Alpujarra, y los dejó proveídos, y con orden que no dejasen de hacer correrías a todas partes; y mandó que Francisco de Arroyo y Luis de Arroyo, y Reinaldos y Leandro de Palencia, y Juan López y Diego Rodríguez, y Diego de Ortega y Juan Jiménez con sus cuadrillas de gente del campo corriesen la tierra. Estas cuadrillas sirvieron a orden de don Hernando Hurtado de Mendoza, que hoy es capitán general de la costa del reino de Granada, de quien podemos decir que dio fin al rebelión de la Alpujarra, siguiendo a los rebeldes pertinaces por su persona de noche y de día, yendo a pie con las cuadrillas como cualquier soldado particular, hasta que dio fin dellos en las sierras y en las cuevas dolido se habían metido. Dejando pues el Comendador mayor prevenido lo de la Alpujarra, a 5 días del mes de noviembre fue a la ciudad de Granada, y en llegando, dio licencia a la gente de las ciudades que se fuesen a sus casas. También partió don Juan de Austria de Guadix cinco días después, y a los once entró en la ciudad de Granada, y con él el duque de Sesa; fue alegremente recebido de todos los tribunales y gente de guerra, porque cierto le amaban mucho.
Y mientras estuvo en Granada, que fueron diez y nueve días, se ocupó en dar orden cómo acabar los moros rebelados que quedaban en las sierras, y en reformar capitanes y oficiales de los que habían servido a sueldo de su majestad y no eran ya menester, mandándoles pagar lo que se les debía, y haciéndolos otras mercedes más conformes a la posibilidad presente, que al deseo que tenía de que no fuesen menores que los servicios que habían hecho en aquella guerra; y dejando ordenadas las escoltas que habían de proveer los presidios para aquel invierno, y las cuadrillas que de ordinario corriesen las sierras en seguimiento de Aben Aboo y de otros rebeldes, quedó en su lugar el comendador mayor de Castilla, y a 30 días del mes de noviembre partió de la ciudad de Granada para la corte de su majestad. No mucho después el duque de Arcos juntó de nuevo gente en la ciudad de Ronda para acabar de deshacer los moros que hacían daños en aquella tierra, y partió en su busca con mil y quinientos arcabuceros de los soldados y gente de señores, y otros mil de sus vasallos, y con los caballos que pudo juntar. Eran los enemigos tres mil hombres, los dos mil escopeteros acaudillados por el Melchi, y mostraban determinación de morir o defender la sierra; y siendo el duque de Arcos avisado dello, ordenó a Pedro de Mendoza que con seiscientos; arcabuceros fuese a la boca del Río Verde por el pie de la sierra, y a Lope Zapata, que con otros seiscientos caminase hacia Gaimon, a la parte de las villas de Monda, yendo el uno del otra media legua, y con el resto de la gente comenzó a caminar por aquel espacio que quedaba entre ellos. Pedro Bermúdez, que llevaba la mano derecha, dio mandato a Carlos de Villegas, que estaba en la guardia de Istán y de Hojen con dos compañías de infantería y cincuenta caballos, que con docientos arcabuceros tomase a un tiempo lo alto de la sierra y las espaldas del sitio del enemigo; y a Arévalo de Zuazo, que partiendo de Málaga con mil y docientos soldados y cincuenta caballos, acudiese a la parte de Monda. Partieron todos a un tiempo de noche, para hallarse a la mañana con los enemigos; los cuales avisados por unos tiros de arcabucería que habían oído o por alguna espía, dejaron el lugar que tenían, y se mejoraron a la parte de Pedro de Mendoza, que era el postrero, por tener la salida más abierta. Comenzó el Duque a subir la sierra, y Pedro de Mendoza a pelear con igualdad, yéndose los moros siempre mejorando; y aunque el Duque iba algo apartado dél, en oyendo la arcabucería, entendió que se peleaba por aquella parte, y se le acercó por la ladera de la sierra; y en descubriendo la escaramuza, con los más arcabuceros y caballos que pudo juntar, acometió a los enemigos, llevando cerca de sí a don Luis Ponce, su hijo. Porfiose buen rato de entrambas partes, y no pudiendo los moros resistir, tomaron lo alto, y de allí se partieron desbaratados, quedando muertos más de ciento, y entre ellos el Melchi; y si acudieran a salir a la hora que se les ordenó Pedro Bermúdez y Carlos de Villegas, se hiciera mayor efeto. Repartió luego el Duque la gente en cuadrillas, que anduvieron siguiendo a los moros, y mataron otros ochenta, que no se hallaron más; y con esto se volvió a Ronda, y se dio fin a la guerra por aquella parte. Y porque el Comendador mayor había de ir a la jornada de la liga que los príncipes cristianos hacían contra el Gran Turco, como teniente de capitán general de la mar por don Juan de Austria, mandó su majestad al duque de Arcos que fuese a dar fin en lo que quedaba por hacer en Granada; el cual entró en aquella ciudad a 20 días del mes de enero del año del Señor 1571. Estúvose allí algunos días el Comendador mayor informándole de los negocios de la Alpujarra, como persona que tan bien los entendía. Reforzáronse las cuadrillas de la gente del campo del cargo de don Hernando Hurtado de Mendoza, y diose orden en otras cosas del servicio de su majestad, con asistencia y parecer del presidente don Pedro de Deza; y, por febrero de aquel año se fue a la corte, donde llegó también el duque de Sosa, habiendo estado algunos días en su estado. En Baza quedó por capitán y cabo de la gente de guerra don Juan Enríquez por orden de su majestad, y en el río de Almanzora don Miguel de Moncada, donde se hicieron después buenos efetos contra los moros que quedaban derramados, deshaciéndolos con hierro, hambre y desventura. Sólo nos queda por decir el fin y la muerte de Aben Aboo, cuya sangre hubo al fin de derramar el torpe Seniz, famoso monfí, de quien mucho se fiaba.