Cómo su
majestad mandó sacar todos los moriscos que había en el reino de Granada, ansí
de paces como reducidos, y meterlos la tierra adentro
Ya en este tiempo su majestad había enviado a
mandar a don Juan de Austria, y al presidente don Pedro de Deza, y al duque de
Arcos, a cada uno por su parte, que con toda brevedad y diligencia posible
ejecutasen las órdenes que tenían de sacar todos los moriscos del reino de
Granada, ansí los nuevamente reducidos, como los que no se habían alzado, y los
metiesen la tierra adentro, porque los pocos que quedaban en la sierra,
perdiendo la confianza de poderse valer dellos, acabasen de reducirse o de
perderse. Estando pues las cosas de la Alpujarra y de la serranía de Ronda en
los términos que hemos dicho, por carta de 28 días del mes de otubre, fecha en
la villa de Madrid, tuvo don Juan de Austria segunda orden y última resolución
sobre ello; y por ser negocio de tanta importancia, comunicándose los consejos,
se acordó que antes que el Comendador mayor saliese de la Alpujarra, pues los
moriscos dejaban ya de venirse a reducir, y se volvían muchos de los reducidos
a la sierra, se pusiese en ejecución el mandato de su majestad, y ansí se hizo
por la orden siguiente: que los de Granada y de la vega y valle de Lecrín,
sierra de Bentomiz, jarquía y hoya de Málaga y serranías de Ronda y Marbella,
saliesen encaminados la vuelta de Córdoba, y de allí fuesen repartidos por los
lugares de Extremadura y Galicia y por sus comarcas.
Los de Guadix, Baza y río
de Almanzora fuesen por Chinchilla y Albacete a la Mancha, al reino de Toledo,
a los campos de Calatrava y Montiel, al priorato de San Juan, y por toda
Castilla la Vieja hasta el reino de León; y los de Almería y su tierra por mar,
en las galeras del cargo de don Sancho de Leiva, a la ciudad de Sevilla; y que
no fuesen ningunos para quedar en el reino de Murcia ni en el marquesado de
Villena, ni en los otros lugares cercanos al reino de Valencia, donde había grande
número de moriscos naturales de la tierra, porque no se pasasen con ellos, y
por el peligro de la comunicación de los unos con los otros; ni menos quedasen
en los pueblos de la Andalucía, por haber en ellos muchos de los que se habían
llevado primero, y estar la tierra trabajada; y demás desto había inconveniente
por poderse volver a las cercanas sierras los que quisiesen huir. La orden que
se dio a los que los habían de llevar fue que la primera escala, fuera del
reino de Granada, la hiciesen en los lugares que fuesen más a propósito para
llevarlos de allí donde habían de parar con seguridad y comodidad suya; de
manera que no se fuesen, ni los hurtasen, ni llevasen a otras partes, y así
ellos como sus bienes fuesen seguros; no permitiendo que los hijos se apartasen
de los padres ni las mujeres de los maridos por los caminos ni en los lugares
donde habían de quedar, sino que las casas fuesen y estuviesen juntas; porque,
aunque lo merecían poco, quiso su majestad que se les diese este contento,
mandando que, demás de la gente de guerra, fuesen con ellos comisarios,
personas de autoridad y confianza, con lista y memorial de los que cada uno
llevaba a su cargo, para que los llevasen de unos lugares a otros y proveyesen
vituallas y gente que los acompañase, presupuesto que la que había de salir del
reino de Granada no había de pasar de la primera escala. Dando pues su majestad
priesa, y no estando don Juan de Austria de vagar, despachó correos en
diligencia a todas partes, solicitando las personas que habían de hacer el
efeto, y mandándoles que para primero día de noviembre, día en que la Iglesia
católica celebra la fiesta de Todos los Santos, a un mesmo tiempo encerrasen
todos los moriscos, de cualquiera calidad y condición que fuesen, en las
iglesias de los lugares de sus partidos, y acompañados de la gente de guerra
que para ello estaba repartida, los metiesen la tierra adentro; y para que se
hiciese con más seguridad se proveyeron algunas cosas necesarias. Ordenose que
tres mil hombres de la Andalucía y de otras partes, que venían ya camino para
quedarse de presidio en los fuertes que el Comendador mayor dejaba hechos, se
ocupasen primero en sacar los moriscos del reino de Granada. Que el Comendador
mayor, para el día en que se habían de recoger, tuviese tomados los pasos de
las sierras por donde se podrían volver a ellas. Que don Francisco Zapata de
Cisneros, señor de Barajas, que después tuvo título de conde y fue presidente
del supremo consejo de Castilla, y a la sazón era corregidor de Córdoba, con la
gente de aquella ciudad acudiese a la vega de Granada; y que don Alonso de
Carvajal, señor de la villa de Jódar, haciendo otra junta de gente como la que
había hecho para el socorro de Serón, fuese al partido de Baza. La gente de la
Andalucía llegó a un mesmo tiempo a lo de Granada y de Guadix, repartida en dos
partes. El Comendador mayor pasó con su campo desde Cádiar a Pitres de
Ferreira, y el primer día del mes de noviembre tuvo tomados catorce pasos de
las sierras con gruesas mangas de arcabucería. Don Francisco Zapata de
Cisneros, con docientos caballos y mil infantes de su corregimiento partió de
aquella ciudad a 28 días del mes de otubre en la tarde, y a los 30 estuvo en
Alhendín, lugar de la vega de Granada. Capitanes de la caballería eran don Luis
Ponce y Alonso Martínez de Angulo, y de la infantería Gutierre Muñoz de
Valenzuela, Hernando Gebico, Pero Hernández de Monegra y don Luis de Córdoba, y
Luis Hernández de Córdoba, que servía el oficio de sargento mayor. Iba toda
esta gente tan bien aderezada y proveída de armas y de caballos, que
representaban bien la pompa de su ciudad y de su capitán. Llevaban los
estandartes y banderas con las armas de la ciudad, que son un león raspante
leonado en campo blanco, y castillos y leones por orla. Los escuderos iban
vestidos de marlotas coloradas, y los trompetas y ministriles que acompañaban
al capitán, con ropetas de terciopelo carmesí y capotillos de saya entrapada,
guarnecidos de franjas y pasamanos de oro; y los atambores y pífaros con
libreas de seda de colores azul y amarillo; y lo que más hubo que notar en esta
gente fue su buena orden y disciplina. Había ya enviado a mandar don Juan de
Austria a don Alonso de Granada Venegas y a los otros comisarios que tenían
cargo de los moros reducidos que retirasen los que tenían alojados cerca de la
sierra a otros lugares más apartados, dándoles a entender que lo hacían porque
no recibiesen daño cuando saliese de la Alpujarra la gente del Comendador
mayor. Estando pues todo prevenido, el día de Todos Santos a un mesmo tiempo en
todo el reino de Granada se encerraron todos los moriscos, ansí hombres como
mujeres y niños, en las iglesias y lugares diputados, aunque en algunas partes
con menos orden de la que convenía. Los que habían quedado en la ciudad de
Granada y los que estaban recogidos en los lugares del valle de Lecrín y de la
Vega los encerraron sin escándalo ni alboroto, y los llevaron al hospital Real
de Granada y los entregaron a los capitanes que los habían de llevar. Don
Francisco Zapata llevó cinco mil, y don Luis de Córdoba, alférez mayor de
aquella ciudad, los demás. Fueron divididos en dos partes, y cada parte hechas
escuadras de a mil y quinientos moriscos, sin los viejos, mujeres y niños, y
con cada escuadra iban docientos soldados y veinte caballos y un comisario. Los
primeros llevó Luis Hernández de Córdoba a Extremadura y tierra de Plasencia, y
los otros fueron al reino de Toledo. Había algunos moriscos granadinos que
habían sido reservados la otra vez; y pretendiendo serlo también en esta
ocasión, hicieron diligencia con el presidente don Pedro de Deza, suplicándole
que escribiese sobre ello a don Juan de Austria; el cual respondió que sin
embargo de que aquellos tales hubiesen mostrado voluntad de servir a su
majestad, no tenía orden suya para mostrarles gratificación de presente, ni era
de parecer que dejasen de salir del reino de Granada; y que, dando fianzas que
dentro de tres días saldrían de todo él, los dejasen ir solos a las partes y
lugares que quisiesen con sus familias y bienes muebles; y que estando fuera
del reino, intercedería con su majestad y le suplicaría les diese licencia para
volver a sus casas. Por la mesma orden y a un mesmo tiempo se encerraron los de
la ciudad de Guadix y de los lugares de su jurisdición y los de las villas del marquesado
del Cenete. También el duque de Arcos recogió los que pudo en los lugares de
las serranías de Ronda y Marbella, y los envió con Antonio Flores de Benavides,
corregidor de Gibraltar, a Illora, y allí los juntaron con los que iban de
Granada a la ciudad de Córdoba. Don Alonso de Carvajal, señor de la villa de
Jódar, se gobernó tan bien con los del partido de Baza, que siendo gente de
quien menos seguridad se tenía, por haber andado la mayor parte dellos alzados
y en las sierras, los recogió en las iglesias pacíficamente, metiendo gente de
parte de noche en los lugares donde entendió que había moriscos sospechosos, y
publicando que les quería repartir trigo y bueyes con que sembrasen aquel año;
y con esto, y con mandar soltar libremente algunos moriscos que los soldados le
traían presos por haberlos encontrado que se iban con sus armas a la sierra,
los aseguró de manera, que muchos de los que estaban ya allá se volvieron a sus
lugares, y caminó con ellos la vuelta de Albacete, donde habían de ir, conforme
a su instrucción. Arévalo de Zuazo, corregidor de la ciudad de Málaga, con la
gente de su corregimiento recogió también pacíficamente los que quedaban en los
lugares dél, aunque dificultó el negocio harto al principio, y quiso interceder
por algunos de los que no se habían alzado; mas no hubo lugar, y conforme a la
orden que se le envió, los llevó a la ciudad de Antequera, y de allí pasaron a
Extremadura y a Plasencia; y a las ciudades de Écija y Carmona llevó Gabriel
Alcalde de Gozón los de Tolox y de Cazarabonela. Don Juan de Alarcón y don Miguel
de Moncada, a quien don Juan de Austria había proveído estos días por cabo de
los presidios del río de Almanzora, estuvieron tan desconformes en la saca de
los moriscos de aquel partido, que hubo notable desorden, y los soldados con
mano armada comenzaron a matar y a captivar la gente reducida; y viendo esto,
se pusieron muchos moros en arma y se subieron a la sierra de Bacares. Don
Pedro de Padilla recogió los de su partido casi con igual desorden, porque
estando repartidos en muchas partes, fue dificultoso poderlos encerrar a todos
en las iglesias sin que algunos lo entendiesen; y los del Boloduí huyeron a la
tierra de Bacares. Habíanse de recoger los otros todos en tres lugares y en el
uno, donde estaba el capitán Diego Venegas, hubo tan grande desorden, que dio
materia a que los moriscos se alborotasen; y poniéndose los soldados en arma,
mataron al pie de docientos hombres, no sin daño suyo, porque también hubo
dellos muchos muertos y heridos. Los que pudieron fluir se subieron a la sierra
de Bacares, y allí se juntaron con los otros y comenzaron a hacer nuevos daños;
saquearon los soldados las casas del lugar y tomaron todas las mujeres por
esclavas; cosa que dio harta sospecha de que la desorden había nacido de su
codicia; mas don Pedro de Padilla lo atajó con poner las moriscas en libertad y
enviarlas con los reducidos de los otros lugares, que fueron llevados a la
ciudad de Almería, y de allí a Vera y a Albacete; y don Sancho de Leiva embarcó
los de Almería y su tierra en las galeras de su cargo, y los llevó a la ciudad
de Sevilla. Desta manera se despobló el reino de Granada de la nación morisca,
y si no acaecieran las desórdenes dichas, fueran muy pocos los montaraces que
quedaran en él; como quiera que después los que se fueron huyendo o la mayor
parte dellos tornaron a reducirse, entendiendo el buen tratamiento que se hacía
a los que iban la tierra adentro, y fueron admitidos y llevados con ellos, y
los que no quisieron tomar el buen consejo se perdieron. Muchos fueron los que
se pasaron a Berbería, que sirvieron a Abdul Malic, rey de Fez, en su milicia,
con nombre de andaluces, que no fueron poca parte para desbaratar y vencer a
don Sebastián, rey de Portugal, en la batalla cerca del río de Alcázar Quibir,
donde murió, yendo a restituir en aquellos estados a Mahamete Xerife, hijo de
Abdalá, a quien Abdul Malic había desposeído, como lo diremos en la segunda
impresión de nuestra África, que brevemente a luz con el favor divino.