Libro IX Capítulo III

Cómo don Antonio de Luna fue a despoblar los lugares de la sierra de Ronda
    
     La ciudad de Ronda, que los moros llamaron Hizna Rand, que quiere decir castillo del laurel, está en la parte más occidental del reino de Granada: fue fundada por los alárabes sectarios en lugar algo apacible, aunque rodeada de asperísimas sierras, donde se acaba la sierra mayor. A poniente tiene los términos de las ciudades de Gibraltar, Jerez de la Frontera y Sevilla, al cierzo los lugares de la tierra llana de Andalucía, al mediodía la de Marbella, y al levante la de Málaga. Su sitio es fuerte por naturaleza, porque la rodea por las tres partes una muy honda cava de peña tajada, por la cual corre un río, que la mayor parte dél nace debajo de la puente de la mesma cava; la demás que viene por aquel lugar son juntas de arroyuelos que bajan de las sierras, y se secan a tiempos en el año; por manera que la verdadera fuente está debajo de la propria ciudad, donde no se le puede quitar por cerco el agua. Donde no la cerca la cava ni el río, que es entre poniente y mediodía, la fortalece un castillo, bastante defensa para guardar aquella entrada. Sus términos son fértiles, vestidos de arboledas, de olivares y de viñas; y tiene grandes montes para cría de ganados, y muy buenas tierras para sembrar pan.
Los lugares de su jurisdición son muchos; están metidos en los valles de las sierras, dolido corren aguas frescas y saludables de fuentes y de ríos que nacen en ellas. Atraviesa por esta tierra de levante a poniente la sierra mayor con nombre de Sierra Bermeja; aunque los moradores la llaman diferentemente, conforme a las poblaciones que están en ella. Su principio es en la sierra de Arboto, cerca de Istán, y fenece en Casares y Gausin, últimos pueblos del Havaral o algarbe de Ronda, que está a poniente de aquella ciudad. El río que sale de la cava llaman al principio Guadal Cobacín, y cuando va más abajo Guadiaro, y con este último nombre se mete en la mar entre Gibraltar y la torre de la Duquesa, llevando consigo las aguas de otros ríos que le acompañan. Sobre Igualeja, que ese más alto lugar desta sierra, nace otro río que corre por el valle del Havaral, donde hay muchos lugares de una parte y otra dél, y le llaman Genal. El primer lugar que está en la ladera a mano derecha es Parauta, luego Cartagima, Júscar, Faraxam, Pandeire, Atajate, Benadalid, Benalabría, Benamaya, Algatucin, Benarrabá y Gausin, donde fenece el Havaral. En la otra ladera de la mano izquierda están Pujerra, Moclón, Jubrique, Botillas, Benameda, Ginalguacil, Benestepar y Casares, que está en el paraje de Gausin. En Júscar hay una torre antigua, labrada, de cuatro esquinas, que sirve de campanario en la iglesia, que en tiempo de moros fue mezquita; la cual con fuerza de un hombre puesto sobre el pretil alto, donde está la campana, se menea tanto, que se tañe sin llegar a ella. No hallamos quien nos dijese la causa de su movimiento; mas puesto arriba, consideré que es la delicadeza de la fábrica; y ansí dicen unas letras árabes que están en ella, que la hizo el maestro de los maestros del arte de albañilería. Volviendo a nuestro propósito, el río corre siempre a poniente hasta llegar a Casares, y allí vuelve hacia mediodía; y dejando a mano izquierda aquella villa, se va a meter en la mar entre Gibraltar y Estepona. Vadéanse estos dos ríos por todas parles, sino es dos o tres leguas de la mar, que Guadiaro se pasa en barca. Casares y Gausin son villas fuertes por naturaleza de sitio. Casares está cercada de una cava de peña tajada, de la manera que Ronda, y también Gausin, aunque la cava no es tan alta; y en tiempo de moros era la llave del Havaral. Otra serranía está tres leguas desviada del Havaral a la parte del cierzo, que llaman de Villaluenga, la cual solía ser de Ronda, y agora es de señorío, y en ella hay siete villas. Esta sierra es alta y prolongada, y tiene cinco leguas de largo del norte a mediodía. Tornando pues a la parte de levante de Ronda, donde llaman la Jarquía, encima de la villa de Tolox, que es de la joya de Málaga, cuatro leguas de la mar, está la Sierra Blanquilla, más alta que otra del reino de Granada, fuera de la Sierra Nevada; en la cual están las fuentes de tres ríos. El uno es Río Verde, que, como dijimos en la descripción de Marbella, corre hacia aquella parte. El otro llaman Río Grande, sale entre Tolox y Yunquera, y por bajo de Alozaina pasa a Casapalma; y juntándose con el río que baja de Alora, va a entrarse en la mar una legua a poniente de Málaga junto a Churriana. El tercero río, que baja de Sierra Blanquilla, nace a la parte del Burgo; y pasando junto a la villa, va al castillo de Turón, fortaleza importante cuando la tierra estaba por los moros, y a la villa de Hardales; y juntándose con él otros ríos en unas sierras, se va a despeñar entre dos peñas tajadas de grandísimo altor, que están media legua abajo de la junta, donde llaman el despeñadero: allí entra el río por una angostura o gollizo muy largo, donde antiguamente gustaban dos grandes poblaciones, cuyas reliquias se ven el día de hoy apartadas media legua del río, la una hacia el mediodía y la otra hacia el norte. La de mediodía llaman los modernos Villaverde y la otra Abdelagiz, donde está una población pequeña que corruptamente llaman Audalajix. De allí va el río a Alora, y en Casapalma, dos leguas más abajo, se junta con el Río Grande que dijimos.

     Estando pues su majestad y los de su consejo resueltos en que se despoblasen todos los lugares de moriscos de paces que estaban por alzar en el reino de Granada, para que los alzados acabasen de perderla esperanza que en ellos tenían, y se rindiesen o deshiciesen presto, aunque con la ocasión de la redución que se trataba en Andarax, había don Juan de Austria suspendido la saca de los de Guadix y Baza, no se asegurando de los de la serranía y Havaral de Ronda, por haber algunos levantados en aquellas sierras, mandó a don Antonio de Luna que, valiéndose del corregidor de aquella ciudad y de Pedro Bermúdez de Santis, a cuyo cargo estaba la gente de guerra de la guardia della, y de los corregidores de las otras ciudades comarcanas, con el mayor número de gente que pudiese fuese a sacarlos de allí, y los llevase la tierra adentro a los lugares de Andalucía y hacia la raya de Portugal con la menor molestia que fuese posible, porque no tuviesen ocasión de resistir el mandato y orden que se les daba. Para este efeto partió don Antonio de Luna de Antequera, donde había venido Pedro Bermúdez de Santis a comunicar la jornada con él, a 20 de abril, y llevando dos mil infantes y sesenta [343] de a caballo, fue a la ciudad de Ronda, donde cumplió el número de cuatro mil infantes y cien caballos; luego puso en ejecución la orden que llevaba; y a un mesmo tiempo juntó Arévalo de Zuazo la gente de su corregimiento, y fue a despoblar a Monda y a Tolox, que confinan por aquella parte con la serranía de Ronda, ansí porque no había mucha seguridad de los moriscos que moraban en ellos, como para tomar el paso a los de la Hoya y Jarquía, en caso que quisiesen hacer alguna novedad. Siendo avisado don Antonio de Luna que para el buen efeto del negocio convendría ocupar ante todas cosas la parte alta de la sierra antes que los moriscos entendiesen lo que se iba a hacer, mandó a Pedro Bermúdez de Santis que con quinientos soldados se fuese a poner en el lugar de Jubrique, sitio a propósito para asegurar las espaldas a los que habían de ir a despoblar los otros lugares del Havaral. Hecho esto, repartió las compañías, dándoles orden que a un tiempo y en una hora los encerrasen en las iglesias y los comenzasen a sacar. Partieron a las ocho de la mañana, no pareciendo cosa conveniente ir de noche, por la aspereza de los caminos poco conocidos; y los moros, que estaban sospechosos y recatados, en descubriendo nuestra gente se subieron con sus armas u la sierra, dejando las casas, las mujeres, los hijos y los ganados a discreción de los soldados; los cuales, como gente bisoña y mal disciplinada, comenzaron a robar y cargarse de ropa y a recoger esclavos y ganados, hiriendo y matando sin diferencia a quien en alguna manera daba estorbo a su codicia. Viendo los moros esta desorden, movidos de ira y de dolor, bajaron de la sierra, y acometiendo a los que andaban embebecidos en robar, los desbarataron. Creció esta desorden con la escuridad de la noche, y como algunos soldados desamparasen la defensa de sí y de sus banderas, Pedro Bermúdez, dejando alguna gente en la iglesia de Genalguacil en guardia de las mujeres, niños y viejos que tenía allí recogidos, tomó fuera del lugar un sitio fuerte donde guarecerse. Entraron los moros determinadamente por las casas, y cercando la iglesia, la combatieron, y sacando los que había dentro, le pusieron fuego y la quemaron, y a los soldados, sin que pudiesen ser socorridos. Luego acometieron a Pedro Bermúdez, el cual se defendió animosamente, y al fin le mataron cuarenta soldados; y quedando muchos heridos de una parte y de otra, se recogieron los enemigos a la sierra. Vista la desorden y el poco efeto que se había hecho, retiró don Antonio de Luna las banderas con obra de mil y quinientos soldados, bien cargados de moriscas y de muchachos y de ropa y ganados, que vendían después en Ronda, como si fuera presa ganada de enemigos. Luego se deshizo aquel pequeño campo, yéndose cada uno por su parte, como lo suelen hacer los que han hecho ganancia y temen por ella castigo; y don Antonio de Luna, dando licencia a la gente de Antequera, y enviando los moriscos que había podido recoger la tierra adentro, sin hacer más efeto partió para Sevilla, donde había su majestad ido aquellos días, a darle cuenta de sí y del suceso, porque los de Ronda y los moros le cargaban culpa; los unos diciendo que, habiendo de dar al amanecer sobre los lugares, había dado en ellos alto el sol y dividida la gente en muchas partes, y que había dado confusa la orden, dejando en libertad a los capitanes y oficiales; y los otros, que había quebrantado el seguro y palabra real, que tenían como por religión, y que estando resueltos en obedecer lo que se les mandaba, les habían robado las casas, las mujeres, los hijos y los ganados, y que no les quedando más que las armas en las manos y la aspereza de las sierras, se habían acogido a ellas por salvar las vidas; y que todavía estaban aparejados a dejarlas, y volverían a obediencia tornándoles las mujeres, hijos y viejos que les habían llevado captivos, y la ropa que con mediana diligencia se pudiese cobrar. A lo primero decía don Antonio de Luna haber repartido la gente como convenía en tierra áspera y no conocida; que si caminara de noche, fuera repartir a ciegas y llevarla desordenada y deshilada; de manera que fácilmente pudiera ser desbaratada, por estar los enemigos avisados, saber los pasos, y serles la escuridad de la noche favorable. Y a lo segundo, aunque parecía no ir los moros fuera de razón, eran tantos los interesados, que por sólo esto fueron habidos por enemigos, no embargante la demostración de haberse movido provocados y en defensa de sus vidas; por manera que las razones de don Antonio de Luna fueron admitidas, y se dio culpa a la desorden de los soldados. Y en efeto, no sirvió esta jornada más que para acabar de levantar aquella tierra y dejarla puesta en arma.
     En este tiempo Arévalo de Zuazo llegó a la villa de Tolox con la gente de su corregimiento, y mandó encerrar los moriscos de aquella villa en la iglesia con alguna manera de quietud; mas teniendo puestas guardas al derredor de la villa, los soldados se descuidaron, y tuvieron muchos moriscos lugar de irse a la sierra con sus mujeres y hijos; y recogiendo el ganado que tenían en ella, fueron a juntarse con los demás alzados que andaban a la parte del Río Verde. Despoblada aquella villa, dejó en ella al capitán Juan de Pajariego con ciento y treinta hombres, mientras se recogían los bienes muebles; el cual, siendo avisado como los moros que habían huido a la sierra tenían más de tres mil cabezas de ganado y muchas mujeres y niños, y que se podrían desbaratar fácilmente, por ser gente desarmada, juntó ciento y veinte hombres de Alhaurín y de Alozaina y de otros lugares, que andaban aventureros, y fue a buscarlos; y llegando al puerto de las Golondrinas, vieron el ganado cabrío en unas ramblas junto a la majada que dicen de la Parra, con tres moros que lo andaban guardando. Habían los enemigos puesto allí aquel ganado de industria cuando vieron ir los cristianos, Y puéstose en emboscada; y como el capitán hiciese alto en un cerrillo y enviase cuatro mozos ligeros, que lo recogiesen, salieron de la emboscada dando grandes alaridos, y a gran priesa subieron a tomar los puertos más altos para revolver sobre ellos. Viendo esto algunos temerosos cristianos, dieron a huir; que no bastaban los ruegos del capitán ni del alférez ni de los otros oficiales a detenerlos, ni las amenazas que les hacían. Algunos hombres de vergüenza repararon y comenzaron a hacer un escuadrón mal ordenado, porque ya los enemigos venían tan cerca, que no tuvieron lugar de poderío formar; y fueron acometidos con tanta determinación, que los rompieron, y matando siete cristianos, hirieron treinta y les hicieron pedazos el tafetán de la bandera y la caja del atambor. [344] Yéndose retirando desta manera, llegaron a la loma de Corona, que es una cordillera alta que da vista a todas aquellas sierras; y allí salió otra manga de moros que los fue cercando; y renovando la pelea, mataron otros cuatro cristianos y hirieron veinte. Y como ya estuviesen cansados y faltos de munición, se arrojaron la sierra abajo, que es fragosa y sin arboleda; y los moros, yendo a la parte alta, echaban a rodar sobre ellos peñas y piedras grandes con que los iban apocando. Quedábase atrás el capitán Pajariego metido entre unas matas, y un hijo suyo volvió animosamente en busca de su padre, y pasando por medio de los enemigos, con catorce soldados llegó al lugar donde estaba y le retiró. Y sin duda se perdieran todos si el capitán Luis de Valdivia, vecino de la ciudad de Málaga, no los socorriera con veinte caballos y la gente de a pie que había en Tolox; el cual los retiró; y llevando los heridos a curar a Alozaina, dejaron a Tolox despoblado. Idos los cristianos de allí, los moros bajaron luego a la villa, y quemaron la iglesia y las casas de los cristianos que vivían entre ellos.