Libro IX Capítulo XI


Cómo los vecinos de Alora mataron al Galipe, hermano de Aben Aboo, que iba a recoger los alzados de la sierra de Ronda

Había enviado Aben Aboo estos días al Galipe, su hermano, a levantar los moros que no se habían alzado, y hacer que los alzados no se redujesen, dándoles a entender que esperaba socorro de Berbería, y la armada del Gran Turco en su favor. Este moro había sido uno de los de la Junta de Andarax para el negocio de la redución; y pareciéndole que los caballeros cristianos habían hecho más caso del Habaquí que él, se había ido muy enojado y procuraba estorbar todo cuanto se hacía; y para este efeto se partió con docientos escopeteros la vuelta de la serranía de Ronda, y llegó a la sierra de Bentomiz, estando Arévalo de Zuazo, corregidor de Málaga, en la ciudad de Vélez tratando con los de aquella tierra que se redujesen al servicio de su majestad. Y como supo que un morisco, vecino de la villa de Comares, llamado Bartolomé Muñoz, andaba en ello, y que estaba allí, mandó luego prenderle, y queriéndole justiciar, acudieron a él los amigos que tenía, y le dijeron que no permitiese que se hiciese mal ni daño a aquel hombre, que debajo de su palabra había venido a tratar del bien de los moros, y a rescatarles sus mujeres y hijas, que tenían captivas, a trueco de unos mozos cristianos; y pudieron tanto con él, que le mandó soltar y que luego se fuese de la sierra, y hizo pregonar que ninguno se redujese, so pena de la vida.
No fue perezoso Bartolomé Muñoz en ponerse en la ciudad de Vélez, y dando aviso a Arévalo de Zuazo de la venida de aquel moro, y como traía docientos escopeteros, y entre ellos algunos berberiscos, y que había de pasar a lo de Ronda, despachó luego a la ciudad de Málaga y a las villas de su jurisdición, para que enviasen gente que tomase los pasos por donde se entendía que había de pasar para ir a Ronda; y particularmente encomendó esta diligencia a Hernando Duarte de Barrientos, vecino de Málaga. Estando pues toda la tierra apercebida, el Galipe partió de Bentomiz con su gente y algunos de la sierra que le quisieron acompañar, llevando su guía que le guiase por los caminos y trochas de las sierras que caen sobre la hoya de Málaga, por donde entendía pasar seguro. Esta guía se le murió en el camino, y llegando los moros en el paraje de la villa de Almoxia, captivaron un cristiano que andaba requiriendo unos lazos, y preguntándole si sabría guiarlos a Sierra-Bermeja, dijo que sí, porque sabía muy bien los caminos y las trochas de aquellas sierras. Y diciéndole el Galipe que guiase hacia un lugarito pequeño de cristianos que le habían dicho que estaba allí cerca, los guió la vuelta de Alora, y llevándolos por las viñas para ir a dar en el río, el moro oyó campanas; y pareciéndole que no eran de lugar pequeño, preguntó al cazador qué vecindad tenía; el cual le dijo que hasta noventa vecinos; y no se fiando dél, envió dos renegados, uno valenciano y otro calabrés, a reconocer, los cuales llegaron a Alora, y como los vecinos andaban sobre aviso, luego echaron las guardas de ver que no eran hombres de la tierra, y los prendieron, y se supo cómo los moros quedaban en el arroyo que dicen del Moral. Luego se tocó a rebato, y en siendo poco más de media noche, salieron trecientos hombres repartidos en tres cuadrillas a buscarlos. Por otra parte el Galipe, viendo que los renegados tardaban y que las campanas repicaban todavía, entendió que el cazador le llevaba engañado, le hizo matar, y tornó a tomar el camino por dónde iba. Habíase puesto Hernando Duarte de Barrientos con su gente en una trocha muy cierta, por donde entendía que habían de pasar los moros, y como llegasen las escuchas que llevaban delante, y hacia tan grande escuridad, entendieron las centinelas que era el golpe de los moros que venían juntos. Y saliendo a ellos, los hallaron tan arredrados, que tuvieron lugar de apartarse de aquella trocha, y tomando otra, fueron a dar en manos de la gente de Alora; y como se vieron cercados de cristianos, luego desmayaron, y muriendo algunos que hicieron defensa, los otros dieron a huir. Un vecino de Alora, llamado Alonso Gavilán, prendió al Galipe, que se había escondido en unas matas, y llevándole preso, lo mató Melchor López, alférez de la gente de la villa, que no bastó decirle que era el Rey, diciendo que no conocía él otro rey sino a don Felipe, ni tenía cuenta con moros. De todos los que iban con el Galipe, solos veinte quedaron vivos; los doce captivaron aquel mesmo día y después los vendieron, y del precio hicieron una ermita a la advocación de la Veracruz, que hoy está en pie en memoria desta vitoria, no poco celebrada en aquella villa. La mesma noche sucedió que unos vecinos de Alozaina, que iban a la ciudad de Antequera, llegaron al río de Cazarabonela, donde dicen el paso del Saltillo, y unos moros que aguardaban la venida del Galipe los mataron y captivaron, que no escaparon más que tres dellos. Y como fuese el uno a dar rebato a Alora, luego enviaron dos escuderos a dar aviso a los de Alozayna, para que sabesen a tomarles el paso por la trocha que llevaban, y saliendo doce caballos y cincuenta peones, fueron la vuelta de la villa de Tolox, y hallando por aquellos cerros muchas cuadrillas de moros que habían bajado de las sierras a recebir al Galipe, arbolaron una banderilla blanca en señal de paces, y les preguntaron si querían rescatar los cristianos que habían captivado en lo de Cazarabonela; mas ellos respondieron con las escopetas, y los cristianos comenzaron a retirarse por el camino que va de Tolox a Coin, yendo los moros en su seguimiento. Un animoso escudero, llamado Martín de Erencia, fue parte este día para detenerlos, revolviendo sobre los enemigos y exhortando a los amigos de manera, que siendo los nuestros como sesenta hombres, y los moros más de trecientos, los desbarataron, y mataron muchos dellos, y entre los otros, a un mal moro, natural de la villa de Yunquera, llamado León. Este moro, teniéndole pasado de una lanzada un escudero llamado Juan de Moya, se le metió por la lanza, y con un chuzo que llevaba le hirió el caballo, y le matara a él si la muerte le diera un poco de más lugar. Entre otras cosas que ganaron los soldados este día, fue una haquita en que venía mi moro santo al recebimiento de su nuevo rey y a echarle la bendición, porque era grande la confianza que aquellos serranos bárbaros tenían en él, y pensaban hacer grandes cosas con su presencia.