Libro IX Capítulo XII


Cómo los moros de la sierra de Ronda fueron sobre la villa de Alozaina y la saquearon


 No estaban muy quietos en este tiempo los moros alzados de la serranía de Ronda; los cuales, habiéndose juntado en Sierra Bermeja, salían a correr la tierra, y desasosegaban los lugares comarcanos, llevándose los ganados mayores y menores; y no podían los cristianos salir a segar sus panes ni recoger sus esquilmos sin manifiesto peligro, porque eran más de tres mil hombres de pelea los que se habían juntado con Alfor, Lorenzo Alfaquí, y el Jubeli, sus caudillos, aguardando al Galipe, hermano de Aben Aboo, con cuya presencia esperaban hacer mayores daños. Juntándose pues el Jubeli y Lorenzo Alfaquí con seiscientos hombres de pelea en la villa de Tolox, a 3 días del mes de julio, acordaron de ir sobre Alozaina, lugar pequeño, de hasta ochenta vecinos, que está una legua de allí, y eran todos cristianos, gente rica de ganados y de pan; y tornando por el camino de Yunquera para ir más encubiertos por la sierra de Jurol, fueron a dar sobre él. Llevaban doce moros por delante a trechos, de cuatro en cuatro, que han descubriendo la tierra, y antes que amaneciese llegaron al arroyo de las Viñas, donde estuvieron emboscados el miércoles 7 días del mes de julio con sus centinelas en el portichuelo de los Olivares, como tres tiros de ballesta del lugar.
Desde allí descubrían toda la tierra y veían los que entraban y salían; y viendo que los vecinos se iban a segar los panes, bien descuidados de que estuviesen ellos en la tierra, bajaron el jueves a las nueve de la mañana puestos en su escuadrón de ocho por hilera, con seis caballos a los lados, que parecían cristianos que venían del Burgo a hacer alguna entrada; y ansí aseguraron a las atalayas que los del lugar tenían puestas en lo alto de las barrancas. Y pudieran hacer mucho más daño del que hicieron, si no se pararan a matar dos cristianos que andaban segando cerca de las casas: al uno, llamado Luis del Campo, mataron de un arcabuzazo, que alborotó el lugar; el otro, llamado Francisco Hernández, dio a huir, y siguiéndole un moro de a caballo, revolvió sobre él y le ganó la lanza; y estando bregando para sacársela de las manos, llegó otro moro, que por mal nombre llamaban Daca Dinero, y le desjarretó; y juntamente mataron a su mujer, que había ido a llevarles el almuerzo a la siega aquella mañana. Luego como se entendió que eran moros los que entraban por el lugar, comenzaron a tocar arma y a repicar las campanas; y acudiendo dos escuderos que estaban con sus caballos en el campo, porque otros ocho, de diez que allí había de presidir, se habían ido con su capitán a Coin, el uno partió la vuelta de Alora a dar rebato, y el otro, llamado Ginés Martín, entró en el lugar; y rompiendo una y más veces por el escuadrón de los moros, pasó animosamente adelante; y si, como era uno solo, fueran los diez que allí estaban de presidio, hicieran mucho efeto; mas él hizo harto en recoger la gente hacia el castillo. Es Alozaina lugar abierto, y tiene un castillo antiguo y mal reparado, donde está la iglesia y algunas casas, y allí se pudieron recoger tumultuosamente las mujeres y niños, llevándolas por delante don Íñigo Manrique, vecino de Málaga, que se halló allí este día. También se halló allí el bachiller Julián Fernández, beneficiado de Cazarabonela, que servía el beneficio de Alozaina aquel año; el cual acudió luego a su iglesia para consumir el Santísimo Sacramento si los enemigos entrasen dentro, porque no había en el lugar más de siete hombres. Mas las mujeres, animándolas aquel caballero y el beneficiado, suplieron animosamente por los hombres, haciendo el oficio de esforzados varones, y acudiendo a la defensa de los flacos muros, con sombreros y monteras en las cabezas y sus capotillos vestidos, porque los enemigos entendiesen que eran hombres; y otras puestas en el campanario no cesaban de tocar las campanas a rebato. Los moros se repartieron en tres partes para acometer a un tiempo: el Jubeli con dos banderas fue hacia la puerta del castillo, y Lorenzo Alfaquí con otras dos fue a la plaza del Burgo, y la tercera con los de a caballo cercó el pueblo para atajar los que saliesen o viniesen a meterse en él; y dieron tres asaltos a los muros, en los cuales perdieron diez y siete moros que les mataron, y fueron heridos más de setenta. Aquí me ocurre por buen ejemplo decir el valor de una doncella llamada María de Sagredo; la cual viendo caído a Martín Domínguez, su padre, de un escopetazo que le había dado un moro, llegó a él y le tomó un capotillo que traía vestido, y se puso una celada en la cabeza, y con la ballesta en las manos y el aljaba al lado subió al muro, y peleando como lo pudiera hacer un esforzado varón, defendió un portillo, y mató un moro, y hirió otros muchos de saeta, y hizo tanto este día, que mereció que los del consejo de su majestad le hiciesen merced de unas haciendas de moriscos en Tolox para su casamiento. Fue tanta la turbación de las pobres mujeres este día, que yendo una mujer al castillo con un niño en los brazos, y un moro de a caballo tras de ella para captivarla, se metió en una casa, y en un poco de estiércol que allí había escondió el niño; y como tirasen desde el castillo una saeta al moro y le pasasen el muslo, se hubo de retirar, y la mujer tuvo lugar de volver por su hijo y ponerse en cobro. Otra mujer tenía una niña de tres meses en la cuna y turbada, tomó un lío de paños en los brazos, entendiendo que llevaba su hija, y se fue huyendo al castillo; y entrando un moro en la casa, halló la niña en la cuna, y la tomó por los pies para dar con ella en una pared; y como otro moro, que era amigo de su padre, se la quitase de las manos, la arrojó en el suelo; y cuando la mujer volvió a buscar su hija, siendo ya idos los moros, la halló viva. Viendo pues los enemigos la resistencia que había en la villa, y que no podían conseguir el efeto que pretendían, acordaron de retirarse, porque acudía ya la gente de campo, y las mujeres con sogas subían algunos hombres por donde estaba el muro más bajo; y dejando quemadas más de treinta casas en el arrabal, y robado y destruido cuanto había en ellas, se retiraron, llevando cuatro mozas captivas y una vieja, que después mataron, porque entendía su algarabía, y más de tres mil cabezas de ganado que acaso tenían los vecinos junto para llevar parte dello a la feria de Antequera; y volviéndose a Tolox, repartieron entre ellos la presa, y se fueron a sus partidos, Lorenzo Alfaquí a la sierra de Gaimón, y Diego Jubeli a la de Ronda. Llegó el socorro de los lugares aquel mesmo día, aunque tarde para poder hacer algún efeto. De Cazarabonela llegó él beneficiado Juan Antonio de Leguizamo con cuarenta hombres que envió don Cristóbal de Córdoba; de Alhaurín, don Luis Manrique con mucha gente de a caballo, y dende a un cuarto de llora llegó la gente de Alara, y luego los de Coin. Y estando toda esta gente junta, y sabiendo el camino que los moros llevaban, se trató de ir en su seguimiento; mas como eran muchas cabezas, no se conformaron. Y otro día a las nueve de la mañana llegó Arévalo de Zuazo con la gente de Málaga, y dejando algunos soldados de presidio, se volvió a la ciudad.