Libro X Capítulo I


Cómo su majestad cometió al duque de Arcos la redución de los moros de la serranía de Ronda, y lo que se trató con ellos

     Luego que don Antonio de Luna partió de la ciudad de Ronda, como dijimos en el capítulo ni del noveno libro, los soldados que quedaron desmandados en compañía de la gente de la ciudad comenzaron a salir por la tierra a robar las alcarías y lugares; y los moros, por huir estos daños, indignados y persuadidos de los que iban huyendo de la Alpujarra, hallándose libres de todo embarazo, comenzaron a hacer la guerra descubierta. Recogieron las mujeres y hijos y los bastimentos que les habían quedado; y subiéndose a lo más áspero de la Sierra Bermeja, se fortificaron en el fuerte de Arbote cerca de Istán, tomando la mar a las espaldas para recebir el socorro que les viniese de Berbería. De allí pasaban hasta las puertas de Ronda, desasosegando la tierra, robando ganados, matando cristianos, no como salteadores, sino como enemigos declarados. Su majestad pues, como príncipe considerado y justo, informado que estas gentes no habían sido participantes en el rebelión, y que lo sucedido había sido más por culpa de los ministros, cometió a don Luis Cristóbal Ponce de León, duque de Arcos, gran señor en la Andalucía, que los redujese a su servicio, volviéndoles las mujeres, hijos y muebles que les habían tomado; y que recogiéndolos, los enviase la tierra adentro por la orden que don Juan de Austria le daría.
Tenía el duque de Arcos una parte de su estado en la serranía de Ronda, y por aprovechar más se llegó a la villa de Casares, que era suya, para tratar desde cerca con los alzados el negocio de la redución. Luego les envió una lengua que le refirió cómo mostraban deseo de quietud, y pesar de lo sucedido, y que enviarían personas que tratasen del negocio de las paces dónde y cómo se les mandase, y se reducirían. No tardó mucho que enviaron dos hombres, principales y de autoridad entre ellos, llamados el Alarabique y Atayfar; los cuales bajaron a una ermita que estaba fuera de Casares, y con ellos otros particulares de las alcarías levantadas. El Duque, por no escandalizarlos y mostrar confianza, salió a hablarles con poca gente; y persuadiéndoles con eficacia, respondieron lo mesmo que le habían enviado a decir, y le dieron ciertos memoriales firmados, de cosas que habían de concedérseles; y con decirles que avisaría a su majestad se partió dellos, dejándolos llenos de buena esperanza. Luego despachó correo a su majestad, dándole aviso del estado en que estaban las cosas, y le envió los memoriales que habían presentado; y antes que volviese la respuesta, le vino Orden para que, juntando la gente de las ciudades de la Andalucía comarcanas a Ronda, estuviese a punto, por si hubiese de hacer la guerra por aquella parte, en caso que los moros no quisiesen reducirse, porque había su majestad enviado sus reales cédulas de 21 de agosto a las ciudades v a los señores de la Andalucía, mandándoles que acudiesen a orden de don Juan de Austria con toda la gente de a pie y de a caballo que pudiesen recoger, y vitualla para quince días, que era el tiempo que parecía bastar para dar fin al efeto que se pretendía. Mientras la gente se juntaba, acordó el duque de Arcos que sería bien ir al fuerte de Calaluy, por si convendría ocuparle en caso que se hubiese de hacer guerra, antes que los enemigos se metiesen dentro; y vista la importancia dél, envió dende a pocos días una compañía de infantería que lo guardase. Vínole en este tiempo resolución de su majestad, que concedía a los alzados casi todo lo que pedían en sus memoriales. Luego comenzaron algunos a reducirse, aunque con pocas armas, diciendo que los que quedaban en la sierra no se las dejaban traer. Estaba entre los moros uno escandaloso y malo llamado el Melchi, imputado de herejía, y suelto de las cárceles de la Inquisición, ido y vuelto a Tetuán; el cual, juntando el ignorante pueblo, que ya estaba resuelto en reducirse, les hizo mudar de propósito, afirmando que cuanto trataban el Alarabique y el Atayfar era todo engaño; que habían recebido nueve mil ducados; del duque de Arcos, y vendido por precio su tierra, su nación y las personas de su ley; que las galeras habían venido a Gibraltar; que la gente de las ciudades y señores de la Andalucía estaba levantada; y que los cordeles estaban a punto con que los principales habían de ser ahorcados, y los demás atados y puestos perpetuamente al remo, a padecer hambre, azotes y frío, sin esperanza de otra libertad que la de la invierte. Con estas palabras tales, y con ser la persona que las decía tan acreditado con los malos, fácilmente se persuadieron aquellos rústicos; y tomando las armas contra el Alarabique, le mataron, y juntamente con él a otro moro berberisco que era de su opinión; y de allí adelante quedaron más rebeldes de lo que habían estado; y si algunos querían reducirse, el Melchi se lo estorbaba con guanlas y con amenazas. Los de Bena Habiz enviaron por el bando y perdón de su majestad, con propósito de reducirse, a un moro llamado el Barcochi, a quien el duque de Arcos dio una carta para el cabo de la gente, que estaba, en el fuerte de Montemayor, mandándole que tuviese cuenta con él y con sus compañeros, y les hiciese escolta hasta ponerlos en lugar seguro; mas nuestra gente, por cudicia de lo que llevaban, o por estorbar la redución, con que cesaba la guerra, le mataron en el camino. Esta desorden movió a los de Bena Habiz y confirmó la razón del Melchi; de manera que no fue parte del castigo que el duque de Arcos hizo, ahorcando y echando a galeras los culpados, para que no se alzasen todos y quedasen de mala manera. Dejemos agora esta historia, que a su tiempo volveremos a ella, y digamos cómo el comendador mayor de Castilla hizo la entrada en la Alpujarra.