Cómo el
comendador mayor de Castilla juntó la gente con que había de entrar en la
Alpujarra
Mientras en Guadix
se aprestaban las vituallas y municiones para la gente que había de entrar por
aquella parte en la Alpujarra, el comendador mayor de Castilla fue a hacer lo mesmo en
la ciudad de Granada, donde llegó a los días del mes de agosto. Aposentose en
las casas de la Audiencia, y allí fue muy regalado del presidente don Pedro de
Deza, que en este particular era muy cumplido con los ministros de su majestad.
Fueron con él don Miguel de Moncada, don Bernardino de Mendoza, hijo del conde
de Coruña; don Lope Hurtado de Mendoza, y otros caballeros deudos y amigos
suyos. Llevaba poder y facultad de su majestad para levantar gente en la
ciudad, llamar la de la comarca, y hacer todas las otras provisiones necesarias
para la expedición de la guerra, como teniente de capitán general, y como tal
presidió en el Consejo mientras allí estuvo; nombró capitanes y cabos de la
infantería y todos los demás oficiales, y encargome a mí el oficio de proveedor
de su campo. Y cuando tuvo toda la gente apercebida y hecha una gruesa
provisión de vituallas y municiones, y puesta buena parte della en Órgiba y en
el Padul, partió de la ciudad de Granada a 2 días del mes de setiembre deste
año de 1570, y aquella tarde a puesta de sol fue al lugar del Padul, donde le
alcanzó la gente de las ciudades, y engrosó su campo a número de cinco mil
hombres lucidos y bien armados.
Los cabos de la infantería que sacó de Granada
eran don Pedro de Vargas y Bartolomé Pérez Zumel, y de la de las siete villas
de su jurisdición don Alonso Mejía. Con la gente de Loja, Alhama y Alcalá la
Real iba don Gómez de Figueroa, corregidor de aquellas ciudades. Don Fadrique
Manrique con la de Antequera, y una compañía de infantería de la villa de
Archidona con Íñigo Delgado de San Vicente, su capitán. Iban también Francisco
de Arroyo, Leandro de Palencia, Juan López, Lorenzo Rodríguez, Diego de Ortega
y Juan Jiménez, con sus cuadrillas de gente ordinaria, y el capitán Lorenzo de
Ávila con trecientos arcabuceros de los que el conde de Tendilla tenía en la
fortaleza de la Alhambra; y de más de los estandartes de las ciudades iba una compañía
de herreruelos de Lázaro Moreno de León, vecino de Granada. Solo un día se
detuvo el Comendador mayor en el Padul para hacer paga, y me mandó que hiciese
dar cuatro raciones a la gente, que llevasen para cuatro días en sus mochilas,
porque no ocupasen los bagajes que habían de llevar la vitualla y municiones
del campo; y a 4 días del mes de setiembre bien tarde se alojó en el lugar de
Acequia. De allí fue a Lanjarón y a Órgiba, sin hallar impedimento en el camino
y en este alojamiento se detuvo un día, para que descansase la gente y esperar
la que le iba alcanzando, y poder tomar resolución del camino que había de
hacer. Aquel día llegaron los estandartes de caballos de Córdoba, que estaban
en las Albuñuelas, y setecientos y treinta soldados de las Guájaras, Almuñécar
y Salobreña, y por cabo el capitán Antonio de Berrio. Estando pues el campo en
Órgiba, a 7 días del mes de setiembre partió don Juan de Austria de la ciudad
de Guadix, y fue a la Calahorra, donde estaba junta la gente que había de entrar
por aquella parte para aviarla; y aquel día bien de mañana fueron a dormir al
puerto de Loh tres mil y docientos infantes y trecientos caballos, con raciones
para cuatro días en las mochilas, y mil y quinientos bagajes mayores cargados
de bastimentos y municiones. Los cabos desta gente eran don Pedro de Padilla,
maese de campo del tercio de Nápoles, Juan de Solís, vecino de Badajoz, maese
de campo del tercio que llamaban de Francia, porque habían servido aquellas
banderas al rey de Francia contra los luteranos, con orden de su majestad, y
después se habían venido a juntar con el campo de don Juan de Austria en
Andarax, Antonio Moreno y don Rodrigo de Benavides, y los capitanes de la
caballería Tello González de Aguilar y don Gómez de Agreda, vecino de Granada.
Otro día fueron a Válor, donde vino don Lope de Figueroa con ochocientos
soldados y cuarenta caballos de los que tenía en Andarax. Llevaban orden por
escrito de lo que habían de hacer, y, porque no hubiese diferencias entre los
cabos, mientras se juntaban con el campo del Comendador mayor, a quien todos
habían de obedecer, se les mandó que cada uno gobernase un día, y los demás le
obedeciesen como a capitán general. Hízose esto con mucha conformidad, enviando
todos los días infantería y caballos que corriesen la tierra y talasen los
panizos y alcandías, y hiciesen todo el daño que pudiesen a los enemigos. En
estas correrías captivaron y mataron mucha gente y recogieron gran cantidad de
ganados; y vendiendo luego la presa en almoneda, la repartían entre los
capitanes y soldados, y al gobernador del día en que llegaban con la presa al
campo daban el quinto, como a capitán general. Habiendo pues enviado una gruesa
escolta desde este alojamiento a la Calahorra, y traído buena cantidad de
bastimentos y municiones, pasó el campo al lugar de Cádiar, donde llevaba orden
de aguardar al Comendador mayor; y desde allí hicieron otras muchas
corredurías, en que los capitanes y soldados fueron bien aprovechados, sin
hallar quien les hiciese resistencia. En este tiempo partió el Comendador mayor
de Órgiba, y porque tuvo aviso en el camino que los moros de guerra se recogían
a la umbría de Valdeinfierno, avisó al presidente don Pedro de Deza que mandase
a don Francisco de Mendoza, gobernador del presidio de Guéjar, que con el mayor
número de gente que pudiese acudiese hacia aquella parte. Llegó nuestro campo a
Poqueira a 8 días del mes de setiembre, y mataron las cuadrillas tres moros y
talaron todos los mijos, panizos y alcandías de aquella taa; y el siguiente día
bien de mañana pasó a Pitres de Ferreira. Fueron las cuadrillas a correr la
tierra, mataron cinco moros y captivaron cinco mujeres, y gastose todo aquel
día en talar y cortar las mieses. Y porque se entendió que en saliendo el campo
de Poqueira habían vuelto los moros a meterse en las casas, así para esto como
para acabar de talar los sembrados, fue un buen golpe de gente a amanecer sobre
aquella taa, que hicieron algún efeto. Estuvo el campo en Pitres desde 9 días
del mes de setiembre hasta los diez y siete: hallose en las casas de los
lugares de aquella taa mucha uva pasada, higos, nueces, manzanas, castañas y
otras frutas de la tierra, y miel, y algún trigo y cebada, aunque poco; y los
soldados no se daban a manos a buscar silos de ropa que los moros habían dejado
escondida. Desde este alojamiento fueron dos gruesas escoltas por el bastimento
que había de respeto en Órgiba, y no perdiendo el Comendador mayor tiempo en lo
que más importaba, que era hacer la guerra de allí adelante con cuadrillas de
gente suelta que corriesen les sierras buscando los enemigos, y poner presidios
en los lugares importantes, mientras se hacía un fuerte al derredor de la iglesia de
Pitres, donde había de dejar quinientos soldados de guarnición, a 42 días del
mes de setiembre envió a amanecer sobre el lugar de Trevélez mil y quinientos
infantes y ciento y veinte caballos, divididos en dos bandas, con orden que se
detuviesen por allá dos días talando la tierra y procurando degollar los moros
que hallasen. Con esta gente fue don Miguel de Moncada. Don Alonso Mejía fue a
combatir unas cuevas que estaban de la otra parte del río que pasa por bajo de
Pitres, y otros capitanes a otras partes; que todos hicieron buenos efetos y
volvieron con presas de moras y ganados, dejando muertos algunos moros de los
que andaban desmandados, y talada toda la tierra, y trayendo algunos captivos,
entre los cuales vino un moro que dio aviso de una cueva que estaba en un monte
donde no bastara a hallarla nadie. Hallose en ella algún trigo, cebada y
harina, que tenían los moros escondido, y habiéndose ofrecido de descubrir
otras, y prometídole el Comendador mayor libertad por ello, unos soldados que
iban con él, sintiendo tocar arma, le mataron; cosa que dio harto desgusto al
Comendador mayor, porque, no podía dejar de haber muchas cuevas secretas, y no
habría de quien se fiase para ir a mostrarlas. Estando pues el fuerte en
defensa, y habiendo traído de Órgiba y del Padul el bastimento y munición que
había quedado dejó en aquel presidio al capitán Hernán Vázquez de Loaysti,
vecino de Málaga, con quinientos soldados y orden que corriese y diese el gasto
a la tierra por aquella comarca; y a 18 días del mes de setiembre partió la
vuelta de Juviles, y aquel día envió mil y docientos infantes y setenta
caballos que tornasen a correr lo de Trevélez y toda aquella sierra, porque se
entendió que los moros habían vuelto hacia aquella parte al calor de los
moriscos de paces, que siempre les ayudaban con algún bastimento. Dejando pues
las taas de Poqueira y Ferreira y Juviles tan taladas y destruidas, que muy
pocas mazorcas de panizos y alcandías podían ser de provecho, aunque los moros
quisiesen valerse dellas, y el presidio en Pitres, para acabar de desarraigados
que no volviesen a su querencia, y degollar los que hallasen, fue a juntarse
con el otro campo, que le estaba aguardando en Cádiar; y este mesmo día se dio
orden en otras corredurías de que adelante diremos, porque nos llama el duque
de Arcos, que en este tiempo no estaba de vagar en Ronda.