Libro X Capítulo III


Cómo el duque de Arcos salió contra los alzados de la sierra de Ronda, y los echó del fuerte de Arboto

En el mesmo tiempo que se hacían estas cosas en la Alpujarra, el duque de Arcos, a quien su majestad había cometido lo de la serranía de Ronda, aprestaba tercero campo en aquella ciudad; y teniendo juntos cuatro mil infantes y ciento y cincuenta de a caballo, y cantidad de bastimentos y municiones para quince o veinte días, a 16 días del mes de setiembre salió en campaña, y fue a alojarse una legua del fuerte de Arboto. Allí estaba recogida la fuerza de los enemigos, lugar áspero y dificultoso de subir, donde naturaleza en la cumbre más alta de aquel monte puso una composición y máquina de peñas cercadas de tantos tajos y despeñaderos, que parece una fortaleza artificial, capaz de mucho número de gente. Dejó el duque en Ronda a Lope de Zapata, hijo de Luis Ponce, para que en su nombre recogiese y encaminase los moros que viniesen a reducirse, porque nunca su Majestad quiso cerrarles la puerta, teniendo solamente fin a la pacificación y seguridad de aquel reino. Vinieron pocos, por estar escandalizados de la muerte de Barcochi, y de ver que en Ronda y en Marbella hubiesen los cristianos quebrantado la salvaguardia del duque de Arcos y muerto al pie de cien moros reducidos al salir de los lugares. No se detuvo el Duque en este castigo, porque era dañosa cualquier dilación al negocio principal; mas dio luego aviso a su majestad, que envió juez que castigó los culpados.
La noche primera, estando el Duque alojado donde llaman la Fuenfría, se encendió fuego en el campo, no se entendió de dónde vino, y atajose con mucho trabajo. Luego el siguiente día reconoció el Duque el fuerte con mil infantes y cincuenta caballos, y vio el alojamiento de los enemigos y el lugar del agua, desde la sierra de Arboto, que está puesta enfrente dél; y aunque se mostraron fuera de sus reparos, no los acometió, por ser ya tarde y aguardar que llegase la gente que venía de Málaga. Otro día puso guardia de gente en aquella sierra, no sin resistencia de los enemigos, que a un tiempo acometieron la guardia y el alojamiento, y trabaron una escaramuza lenta y espaciosa, que duró más de tres horas. Los moros eran ochocientos tiradores, y algunos con armas enhastadas, los cuales viendo que dos mangas de arcabuceros les tomaban la cumbre, se retiraron a su fuerte con poco daño de los nuestros y alguno suyo. El Duque reforzó la guardia de aquel sitio con dos compañías de infantería, por ser de importancia, y a 18 días del mes de setiembre llegó Arévalo de Zuazo, corregidor de la ciudad de Málaga, con dos mil infantes y cien caballos. Con su venida mejoró el Duque el alojamiento, y se puso más cerca de los enemigos, cuyas fuerzas se presumían harto más de lo que eran, porque habían procurado dar a entender que estaban poderosos de gente. Luego se tomó resolución de combatir el fuerte, y a 20 días del mes de setiembre repartió el duque de Arcos la gente, y dio la orden que habían de tener los capitanes en la subida de la sierra, señalándoles los lugares por donde habían de ir. A Pedro Bermúdez de Santis mandó que con una manga de gente reforzada tomase las cumbres de dos lomas que subían al sitio del enemigo, y que el capitán Pedro de Mendoza, con otro buen golpe de gente, le hiciese espaldas a la mano izquierda. Tomó el Duque para sí, con la artillería y caballos y mil y quinientos infantes, a la mano derecha de Pedro Bermúdez, lugar menos embarazado y más descubierto, quedando entre ellos un espacio de breñas que los moros habían quemado para que rodasen mejor las piedras desde arriba. Ordenó a Arévalo de Zuazo que con la gente de su corregimiento y dos mangas de arcabuceros delante subiese a la mano derecha del Duque; y, adelante dél, hacia el mesmo lado, Luis Ponce con seiscientos arcabuceros por un pinar, camino más desocupado que los otros. La orden era que, saliendo del alojamiento, fuesen todos encubiertos por la falda de la montaña donde estaba el sitio del enemigo, y por una quebrada que hacía un arroyo hondo que estaba al pie de ella, y subiendo poco a poco para guardar el aliento, a un tiempo diesen el asalto en sintiendo una señal que se haría. Desta manera quedaba cercada toda la montaña, sino era por la parte de Istán, que no se podía cercar por su aspereza; y nuestra gente iba tan junta, que parecía poderse dar las manos los unos a los otros. Habiendo pues repartido munición a los arcabuceros y apercebido a los capitanes para el siguiente día, el Duque mandó a Pedro de Mendoza que con la gente de su cargo y algunos gastadores fuese delante a aderezar ciertos pasos por donde había de ir la caballería; y como los moros le vieron desviado en parte donde les pareció que no podía ser socorrido tan presto, al caer de la tarde salieron cantidad de tiradores desmandados, quedando el golpe de la gente a manera de emboscada, y trabaron una escaramuza de tiros perdidos con él; el cual, confiado en sí mesmo, pudiendo guardar la orden y estarse quedo sin peligro, acudió a la escaramuza con demasiado calor, desmandándose los soldados por la sierra arriba desordenadamente, y sin aguardarse unos a otros, yéndose los enemigos unas veces retirando y otras reparando, como si los fueran cebando para meterlos en alguna emboscada. Viendo Pedro de Mendoza el peligro, y no lo pudiendo reparar, porque ya no era parte para detener la gente, envió a dar aviso al duque de Arcos a tiempo que, puesto que había enviado tres capitanes a retirarle, fue necesario tornar con su persona lo alto para reconocer el lugar de la escaramuza, y con los que con él iban y los que pudo recoger, atravesó por medio de los que subían, y pudo tanto su autoridad, que los desmandados se detuvieron, y los moros, que ya habían comenzado a descubrirse, se recogían al fuerte, en ocasión que por ser cerca de la noche pudieran hacer harto daño. Hallose el Duque tan adelante cuando descubrió el golpe de los enemigos, que teniendo por imposible poder detener los soldados que subían desmandados, quiso aprovecharse de su desorden, y con el mayor número de gente que pudo juntar, todo a un tiempo acometió y se pegó con el fuerte, de manera que fue de los primeros que entraron en él. Los moros no osaron aguardar, y se descolgaron por diferentes partes de la sierra, que era larga y continuada, y de allí se repartieron: unos fueron a Río Verde, otros la vuelta de Istán, otros a Monda, y otros a Sierra Blanquilla, dejando quinientas mujeres y niños en poder de los cristianos. Desta manera se ganó el fuerte de Arboto, tan nombrado y temido, aunque no con tan buena orden como el Duque quisiera; y ansí le mataron alguna gente, habiendo peleado tres horas o más. Y por ocuparse en recoger la presa los soldados y sobrevenir la noche, no se siguió el alcance, hasta que en saliendo la luna fueron mil y quinientos arcabuceros por la parte que se entendió que habían huido; mas no los pudiendo hallar, so volvieron al campo.